lunes, 28 de noviembre de 2011

Ese pentagrama indescifrable


Hay sueños como caracolas, que retienen en ese canal sifonal algún sonido, de mar si te la acercas al oído.

Anoche soñé con las manos de pianista. 

 Manos, generosas y ágiles, sus dedos dilatando notas, la suavidad serena de su tacto sobre las teclas. 

Todo era como un latigazo que apenas se siente sobre la herida 
y el piano con su smoking le rozaba, dulcemente, aquel rasguño. 

Se consumía esa pieza de Rachmaninov,
 esa que me hace llorar como una niño.

La que siempre se reencarna en puntos suspensivos.

 Sólo sus manos y mis ojos detrás de alguna sombra,
 la más alargada y oscura, la que más se esconde, 
la que más asusta.


Las manos de pianista pulsando el mundo, bombardeando el silencio con granadas de música y mi mirada aliada de algún tipo de lucha.

Escuchando sólo sonidos de caracolas, de algún océano, de algún latido.

 Con un final no reconocido por mis oídos, un final estridente y último,
 una guerra que lo habitaba, una luz quebrada y un grito. 

 Las manos de pianista, el dolor. 

 El piano se quedó en silencio recibiendo puñetazos,
 con acordes deformados en ataques de ira. 

Y no era el grito, no era el llanto, no era el maretazo del dolor. 

Sólo lo callado del piano, sólo ese hueco frío que la empujaba,
 sólo el temblor de sus manos. 

La afonía arrastrando partituras, desmantelándolo todo. 

Acordes de silencios, percusiones de ceros.

.Ahora la historia; un Adagio de Ravel. 

Despierto ya, dejé la caracola en el suelo, pero las manos de pianista siguieron tocando, sosteniendo ya su sonido, en la sorda caracola,
 en las líneas de ese pentagrama indescifrable
 e impredecible que es nuestro destino.

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