El espacio, un cuadrado perfecto, el cual lo cruzan líneas haciendo divisiones dimensionales iguales , combinadas en dos colores.
Una reina perfecta , turgente domina el espacio oriental, su color es el rojo, el de las cerezas, el cielo atormentado, la pasión, ese es su emblema.
En el espacio occidental un caballo resiste el juego estratégico de su contrincante, cuidando de sus mas preciados tesoros, su color es el blanco,
el de la pureza, el de la calma, su emblema el de la paz.
En el fondo de aquella habitación, en la penumbra, estaba ella, silenciosa, nada tenía que decir, tal vez su mente estaba en blanco o seguramente llena de pensamientos. Él la observaba, hacía tiempo que su juego era adivinar cual sería el siguiente movimiento de ella, casi lo había convertido en su vida.
Ella y la condena de su silencio, era el castigo al que lo sometía por su olvido, la pasión. Lo desafiaba en cada movimiento, su relación ahora era un juego
de tablero, donde ella se había convertido en la reina, desafiante, controvertida… en algún momento dejaba que se acercara, lento, pausado, tanto que su olor lo envenenaba, recrudeciendo el juego y ante sus prisas,
el envite era incluso duro y casi infranqueable para él.
Se paseaba por el tablero, casi de puntillas, dominaba el juego, su cuerpo sensual, saltaba de una punta a otra, sus caderas le partían el ánimo, casi era una musa vestal, atacaba siempre sus sentidos mas primarios,
jugaba a descolocar, a veces él se convertía en un corcel de un blanco puro, relinchaba se ponía frente a ella subido a sus patas traseras, protegiéndose y creciéndose en una alargada sombra que la provocaba buscando sus miedos, rompiendo su implacable dominio.
Ella abría sus ojos ampliamente, y se podía ver como se encendía su cara blanca, sus labios rojos palidecían, corría y se colocaba detrás de sus acólitos, se protegía.
Era la reina de un tablero a su merced, donde él se perdía, la estrategia era
la suya… por eso decidió observarla, ver su juego al descubierto, pasaban las horas, los minutos y los segundos, el reloj marcaba el tiempo con sus sonidos rítmicos… silencio.
Gira su cabeza le mira… sus ojos se clavan en los de él, dueña de sus sueños de placer, le descubre el juego, la dejó acercarse.
El tablero se acorta, la distancia es mínima, pierde su protección,
"sus ojos en los de ella y los de ella en los suyos", optimismo.
Ella se acerca, sus dedos en su espalda, él controla y solo de deja llevar por una sonrisa maliciosa, ya no existe el olvido, el olor de la inquietud, del ánimo perdido, de los tiempos y las evidencias, lo adelantan en el juego.
El tablero pierde sus colores para unificarse en uno, aún así le pueden las ganas de sentir su piel, su cuerpo, él lo sabe.
En ese momento, saltó imaginariamente, los cuadros rojos, blancos…
ella desprotegida, sola, a su merced… y sin más “Jaque a la reina”.
La abrazó, su cuerpo se encoge, se resiste a la evidencia, poco a poco desfallece, sus labios se posan en los suyos.
La reina se rinde… el tablero en la mesa, estrategia milimetrada
en el tiempo por su adversario.
Los emblemas de la paz, reinventan la esencia
para los apasionados contrincantes.