jueves, 23 de agosto de 2012

Unos atletas olímpicos muy especiales

Dentro de toda la espectacularidad, las fanfarrias, el colorido y el mercantilismo de los juegos olímpicos de Londres, poca gente se percató de que en ellos participó un grupo muy especial de atletas: 
los representantes de Palestina.
Fueron cinco en total: dos mujeres y tres hombres. 
De estos últimos, uno en judo, otro en atletismo y el tercero en natación, y de las mujeres una en atletismo y la otra en natación. 
Y si decimos que se trata de atletas muy especiales, nos quedamos cortos, pues tienen la singularidad de que representan a un país en el cual no hay una sola pista de atletismo ni una sola alberca olímpica. 
Y por si eso fuera poco, su país está ocupado militarmente desde hace décadas por una potencia extranjera —Israel—, la cual les impidió —aunque no abiertamente— prepararse para las competencias y tuvieron que hacerlo en el extranjero. Más todavía: uno de esos atletas ni siquiera puede poner un pie
 en su propio país, el país al cual representó en Londres, ya que los ocupantes israelíes no se lo permiten.


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La corredora palestina Wurud Sawalha, quien debido a su religión corre ataviada con la vestimenta musulmana tradicional, durante el reciente campeonato mundial de atletismo en Turquía. 
A pesar de las tremendas limitaciones a que se enfrenta, ha logrado muy buenos tiempos en la modalidad de 800 metros planos.
Para tener una idea de las limitaciones a que debieron enfrentarse, basta señalar que la nadadora Sabine Hazbun tuvo que entrenar en una alberca de 25 metros, la única con medidas semiolímpicas existente en los territorios palestinos, pues las autoridades israelíes no le permiten nadar en las cercanas albercas olímpicas de Jerusalén ni tampoco permiten la construcción de albercas en suelo palestino. 
Fue sólo hasta fines del año pasado cuando, por invitación del Centro de Alto Rendimiento de Barcelona, viajó a esa ciudad española para entrenar y pudo saber lo que era nadar en una alberca de medidas olímpicas reglamentarias.
El nadador Ahmed Gibril, en cambio, sí pudo entrenar en condiciones mejores… pero no en su propio país, al cual no se le permite entrar y en el cual de hecho jamás ha podido poner un pie, ya que, aunque posee la nacionalidad palestina, es hijo de refugiados palestinos residentes en Egipto a quienes el gobierno de Israel les prohíbe el retorno. 
También tuvo que aceptar una invitación para entrenar en Barcelona.
Para la corredora Wurud Sawalha, entrenar en una pista de tartán —o simplemente en una pista de atletismo, así fuera de arcilla— era un sueño irrealizable, pues no hay una sola en los territorios palestinos y tampoco el gobierno israelí permite que se construya. Tenía que entrenar en las carreteras, en caminos de tierra o en las playas arenosas. Y a veces sus esfuerzos eran estériles, pues aunque es una buena corredora y se le invita a participar en campeonatos en otros países, no siempre puede hacerlo, ya que los ocupantes israelíes le prohibían salir de esa especie de campo de concentración que es la franja de Gaza, donde vive. 
Fue sólo tres meses antes de los juegos de Londres cuando, en virtud de un acuerdo entre la autoridad nacional palestina y el gobierno de Qatar, y tras lograr un permiso de salida del gobierno israelí, pudo realizar un entrenamiento intensivo en una verdadera pista de atletismo.
A su vez, y como consecuencia de la falta de instalaciones deportivas en Palestina, el judoca Maher Abu Rmeileh —quien portó la bandera de su país en el desfile inaugural de los juegos— tiene que entrenar en un local tan pequeño que corre peligro de que los competidores se estampen contra las paredes, y sobre un tapete de apenas 8 por 10 metros, cuando las medidas reglamentarias para el judo son de 12 por 12.
Estos son, en fin, los singulares atletas de los que poco o nada se ha hablado en los juegos olímpicos de Londres.