Carlos tiene 12 años y trabaja con su hermana pequeña y su padre filtrando con pala y tamices las sobras y desechos de piedras y lodo provenientes de una de las minas legales de Muzo, a 90 kilómetros al norte de Bogotá, Colombia.
Su cometido es buscar las lágrimas verdes de Kong, minúsculas esmeraldas o polvo de ellas escapado del filtro de la mina. Son piedras de un intenso verde, consideradas por los gemólogos como las de mayor calidad del mundo. A diferencia de Kong, Hajira y los hermanos Shinwari; Carlos no cobra nada por su trabajo; depende de la suerte de encontrar alguna fracción de gema.
Sus padres son los “guaqueros” del infierno verde, esmeralderos empecinados en hacer fortuna fácil a costa de los esfuerzos de sus hijos; la “guaquería”. Utilizan a los niños para cribar la murralla e incluso para picar en túneles demasiado angostos.
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