lunes, 28 de septiembre de 2009

Evelina...




Todas las tardes, cuando salía del cole,
se iba a casa de su abuela Evelina.

Nada más entrar en el portón ya le esperaba su abuelo José,
sentado en el rellano.

Le gustaba el olor de su abuelo a regaliz de palo.
Le besaba mientras dejaba la mochila por ahí y subía a la cocina.

El olor a regaliz de palo desaparecía poco a poco para pasar
a un aroma de chocolate fundido, denso, suave.

De ese que se te mete por la nariz y te acompaña durante la tarde.

Se sentaba en la mesa de la cocina
y observaba a su abuela cocinar esas trufas, oscuro tesoro.

La sonrisa de Evelina parecía tatuada en esa cara llena de arrugas,
pero con la belleza de esas mujeres que se han
ganado a pulso su belleza interior.

Se comió las trufas que su abuela le había separado en un plato,
pero en seguida observó que había mas por ahí.

Evelina las guardó en un tupper
y las metió al congelador.

Y es que no todo el mundo tiene la suerte
de tener una abuela que le haga trufas.

by.Belén in red.

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