miércoles, 17 de febrero de 2010

Hablar ... callar ...


Hablar cuando sea preciso hablar, y saber lo que se quiere decir.
Y, cuando hablar toca, hablar con alguien.

No hablar-a-alguien,
porque el otro no es un receptáculo sobre
el que verter nuestras palabras.

Con. Siempre con.
Y dejar de hablar, para dejar hablar.
O sea: escuchar;
escuchar como un acto de reconocimiento hacia quien nos atiende,
y de amor, sí, no obstante, por qué no, incluso.

Después de todo,
tener alguien con quien hablar es un más que precioso regalo.

Poder hablar, pero también poder compartir los silencios.

Porque comunicarse vincula y nos hace personas plenas.
Sí: hablar, y hacerlo ahora contigo,
tecleando lo que mis labios casi imperceptiblemente insinúan...
Algo que me procura un enorme placer,
una entrañada alegría.

Saberte ahí y hablar; quién pudiera también escucharte...

Dicho lo cual, sonrío, que ya demasiado hablé,
que mejor me callo.

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