Dividir, seccionar, aislar.
La realidad al completo es sencillamente demasiado compleja.
Tomada así, carece de sentido por tantos sentidos como tiene.
Si queremos trasladarla a un mapa que nos quepa en el bolsillo,
lo mejor es cuadricularla y luego añadirle
un par de coordenadas.
Ahora todo será mucho más fácil, tanto si se trata de encontrar
una calle como si hay que hundirle el barco al enemigo.
La parcela proporciona con sus cuatro paredes las escasas
referencias necesarias para orientarse.
Con menos información podemos predecir mejor a corto plazo.
De ello obtenemos una visión parcial, pero cercana.
Como miopes sin lentes nos acercamos y nos acercamos hasta
que algo antes informe y amenazador cobra poco a poco contornos
y significado y entonces agarramos con fuerza lo que ha resultado
ser una alambrada que al tiempo que nos protege nos atrapa.
Puede ser el día, la semana, el ejercicio contable o el instante permanente del condenado a muerte.
Pero mientras atendemos al orden de nuestro habitáculo,
fuera trabaja sin descanso el orden de lo desconocido
al que llamamos caos.
Y como un movimiento que se transmite por contacto alcanza
más temprano que tarde nuestras frágiles paredes.
Retrocedemos entonces, buscamos de nuevo la vista panorámica
y tratamos de reordenar una vez más todas las piezas,
pero no existe un vacío adyacente que nos permita moverlas.
Todo es completo e incomprensible.
Pronto regresamos al rincón, como el perro damos tres o cuatro vueltas hasta acomodarnos de nuevo y aprovechamos esas grietas
que últimamente han aparecido en los tabiques para echar
un ojo al de al lado y darnos cuenta de que él también
nos mira con cara de despiste.
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