martes, 18 de enero de 2011

Aquello inconsciente.



El organismo es un complejo universo del que apenas sabemos nada.

 A nadie se le ocurre pensar que conoce o tiene noticia de lo que hace su páncreas o su hígado en cada momento ni pretende darles órdenes o dialogar con ellos. 

Se da por sentado que la actividad celular de los órganos es opaca para el individuo, inaccesible.

Las neuronas son también células y desarrollan su trabajo sin pedir permiso al individuo, como sus parientes de la piel o del hígado. 

El trajín celular es inconsciente. 
Sin embargo el individuo reside en el organismo con la ficción de que lleva el timón de la voluntad, que conoce perfectamente su interior
 y que los procesos mentales son de su competencia como si no fueran somáticos, celulares. 

La consciencia no deja de ser una función más del organismo.
 A través del circuito córticotalámico el cerebro segrega ese universo misterioso de lo que percibimos, ese fundido complejo de todo 
cuanto sucedió, sucede y potencialmente suceda en la interacción histórica del individuo con su entorno físico y social.

La función de la consciencia es la de promover la navegación del organismo por el entorno de forma eficaz y segura. 

El cerebro evalúa objetivos, costos, beneficios, riesgos y probabilidades  y selecciona aquellas conductas que deben ser promovidas.

Las propuestas cerebrales se sustancian en forma de incitación 
a la acción, al movimiento con propósito: levantarse, caminar, detenerse, mirar, escuchar, tocar, comer, beber, agarrar, evitar, acercarse, descansar, pensar, hablar, callar, pensar...

El individuo actúa con la convicción de que su ir y venir surge de sí mismo, de su voluntad, de la consciencia pero no es así. 

Nos limitamos a proyectar desde ese ámbito incomprensible 
de sentirnos soberanos una especie de deseo de alcanzar objetivos
 y el cerebro selecciona los programas que considera adecuados, incluidos aquellos que obstaculizan o penalizan la intención del YO.

Uno puede decidir levantarse pero el cerebro selecciona
 la programación motora que considera oportuna. 
Puede activar un programa defensivo, disuasorio
 (mejor no te levantes, que tienes mal la columna...)
 bloqueando la articularidad vertebral, sensibilizando la generación
 y tráfico de señal mecánica nociva, proyectando anticipadamente
 la percepción de dolor... 

El individuo sólo sabe que al intentar levantarse le duele y cree 
que el dolor sólo puede ser la consecuencia de una perturbación 
allá donde lo siente.

 Puede que así sea pero también puede que el dolor sólo exprese
 la valoración de amenaza que el cerebro acopla a la intención 
de ponerse de pie.

Esa evaluación es inconsciente, previa a la intención del individuo.

Es importante conocer los entresijos de la generación inconsciente 
de lo que percibimos. 

Conviene que seamos conscientes de lo inconsciente.
 Con el conocimiento podemos conseguir que lo inconsciente cambie de intención, evalúe de otra manera las consecuencias 
de nuestras acciones. 

Sabiendo que nuestra columna puede aguantar perfectamente
 la acción de ponernos de pie, que las protrusiones discales 
que nos han detectado en la Resonancia son irrelevantes, 
el cerebro modifcará los programas.

La digestión es una actividad inconsciente pero buscar alimentos, cocinarlos, dosificarlos, seleccionarlos, masticar, tragar... son acciones conscientes, necesarias. 

Ahí es donde el individuo dispone, al menos en apariencia, 
de un ámbito de decisión que debe aprovechar.

Podemos buscar información, reflexionar, imaginar, escuchar, atender, apreciar, despreciar, forzar la motivación, resistir... 

Es la ventana consciente que nos permite aportar algo a lo inconsciente con la esperanza de que cambie a nuestro favor.

El conocimiento consciente de los procesos neuronales inconscientes de los que surge el dolor es fundamental para proteger
 la racionalidad de lo inconsciente.

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