sábado, 26 de febrero de 2011

Aquel almacén de los...


Érase que se era un callejón dibujado con tinta china,
 un sol de invierno buceando en  un cielo de grises
 y un gato de chapa, todo bigotes, danzando por los tejados.

Un lugar solitario y extraño. 

Tan extraño como el niño amarillo que apareció
 de la nada rebotando su pelota de tiza. 

Clinc, clon, clinc…

Toqué el hombro del niño. 
Y, antes de preguntarle dónde me encontraba, 
se deshizo en un montón de pistilos.

-Adiós niño amarillo- susurré rompiendo el silencio del callejón 
y haciendo una cruz en el suelo con la tiza.

El gato laminado bajo rodando por la fachada
 como un botón perdido. 

Llegó hasta el niño amontonado y usando dos bigotes
 se tejió una falda hawaiana de azafrán.


Contoneando sus caderas gatunas
 y con el rabo en forma de caracol,
 se alejó bailando por la calleja. 

Le seguí  intrigado y abducido por su buen humor y entonces…
 me topé de narices con

 “El almacén de los días perdidos”

¡Qué descubrimiento tan asombroso!


Sólo mis días perdidos ocupan una hilera de armarios clasificadores
 tan larga como un tren de mercancías de esos que pueblan
 las pesadillas de las culebras multicolores.

Para mi sorpresa.

 En este almacén no se guardan los días de ensimismamiento, 
ni los de mirar musarañas, soñar despierto, charlar con los amigos, provocar la risa de un niño, inventar cuentos absurdos, 
contar nubes o estrellas, escuchar música con los ojos cerrados,
 oler la lluvia, perseguir charcos 
 o cosas aparentemente inútiles de ese estilo.


Aquí se guardan los días que perdemos atenazados por los miedos, 
con sus rutinas grises y los intentos de ser quienes no somos. 

 Los días que gastamos tratando de que nos quieran, 
con palabras no sentidas o disfrazadas. 

Los días pasados acumulando nada, compadeciéndonos,
 justificando no atrevernos, retrasando el compromiso… 
dejando el timón de nuestras vidas en manos del destino,
 etcétera, etcétera.

Armado caballero de este almacén me propongo, 
con la ayuda del gato laminado, mi escudero,
 desentrañar los entresijos de este descubrimiento.

Si un ataque de ácaros o telarañas no lo impide,
 quiero instalarme aquí por un tiempo…
y desempolvar las historias que guarda este almacén 
de los días perdidos al que… 

¿la causalidad?

 Me ha conducido.



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