sábado, 19 de febrero de 2011

Aquel mapa...


Un sábado de febrero de esos en que no hay nada que hacer más que levantar otra muralla china o reintentar el Renacimiento.

 Él tuvo la mejor idea de su vida: largarse del pueblo.

No era una idea nueva, pero sí genuinamente liberadora.

 La idea así desnudita, recién nacida, le dio una paz como en años
 no había conocido, un alivio tal que todos sus dolores de riñón
 se esfumaron y tuvo ganas de beber otra vez de ese anís,
 ese que su abuela le enseñó a hacer y del que prometió no alejarse nunca mientras tuviera alguna célula hepática en buen estado.

Saco una botella de la repisa que fungía como base de un pequeño altar consagrado por santidad humana, a sus estupideces...
 y dio un pequeño trago.

Como si su idea de marcharse ya estuviera haciéndose de un cuerpo
 y a cada instante fuera más perfecta.

Afuera algo pasaba, algo entre una tormenta
 y un presentimiento, él lo sabía pero a la luz de su profundo
 estado de gracia, le restó importancia o no le dio ninguna;
y bebió otro sorbo, delicadamente como si el anís saliera de unos labios sensuales que recordaba, incluso diría que con ternura.

También se complacía en pensar marcharse, 
en dejar el pueblo; entonces se levantó de su cama aún tibia
 a buscar un mapa seguramente, cuando alguien tocó la puerta.

¿Quién sería?

Él sí sabía quién era, tanto que escondió rápidamente
 el hermoso mapa que ya había encontrado,
 la botella y sobre todo la idea...

Apenas era mediodía y los hechos concurrirían rápidamente.

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