martes, 8 de febrero de 2011

Aquella hipótesis de Dios.


Parece totalmente desmesurada la cantidad de discusiones que
 giran en torno a “pruebas” de la existencia o inexistencia 
de un dios sobrenatural.
 Sin embargo, este es un asunto que no puede ser abordado desde un punto de vista racional y mucho menos científico.
Dios cae fuera del campo de estudio de cualquier ciencia, por mucho que algunos institutos y centros religiosos se empeñen en denominarse “Centro X de Ciencias Religiosas”.
No es que en ciencia un Dios no pueda ser aceptado, el concepto es diferente: no puede ser abordado.
Es decir, racional y experimentalmente, no podemos demostrar de ninguna manera ni la existencia ni la inexistencia de un dios sobrenatural.
El motivo es de puro método.
 Cualquier disciplina científica se basa -siendo muy reduccionista- en establecer hipótesis sobre hechos observados.
Estas hipótesis tienen que poder ser comprobadas o rechazadas mediante algún tipo de experimento u observación inequívoca.
Y aquí entra la lógica:
 no podemos establecer una hipótesis que no podamos contrastar.

Que el ser humano no convivió con los dinosaurios
 está apoyado por infinidad de evidencias,
 aunque no estuviéramos allí para verlo.

Pongamos un ejemplo: la hipótesis
El Homo sapiens surgió hace 250.000 años en África“,
puede ser invalidada si se encuentra un fósil humano de una fecha anterior fuera del continente africano.

Por el contrario, la hipótesis “El Homo sapiens habitaba América del sur hace 15.000 años” puede ser comprobada mediante el hallazgo de restos humanos de esa antigüedad.

 Aún sin una prueba definitiva, si pasa el tiempo sin encontrar fósiles de más de 250.000 años en ningún lugar del planeta o de 15.000 en América del sur, la primera hipótesis va tomando fuerza mientras que la segunda la va perdiendo.

En este último caso, la validación de otras hipótesis relacionadas, por ejemplo “habrá un mayor número de especies de homínidos primitivas en África que en Europa o Asia“, contribuirán a dar aún más peso. Progresando en este camino, podremos llegar a establecer toda una teoría sobre el origen de la humanidad, en la cual se irán aceptando  o rechazando las distintas hipótesis que la forman, las cuales irán modificando a su vez la teoría general.

Sin embargo, la hipótesis “Una nave extraterrestre estuvo en la órbita de Júpiter en el siglo XII pero desapareció sin dejar rastro” no puede ser ni confirmada ni rechazada de ninguna manera, por lo que no podemos trabajar con ella mediante un método experimental.

No podemos darle mayor o menor peso por mucho tiempo que pase, ni podemos apoyarla o recelar por medio de hipótesis relacionadas.

Así pues, podemos abordar científicamente el estudio del origen del hombre, pero no de la existencia de una nave espacial en la órbita de Júpiter durante el siglo XII.

Desprendiéndose de todo esto, no podemos mezclar cosas demostradas o rechazadas mediante el método experimental con otro tipo de metología.

A nadie se le ocurriría decir “la velocidad de la luz no es de 
300.000 km/s.

Y esto último es lo que ocurre con la supuesta existencia
 de Dios.

No podemos establecer ninguna hipóteis que pueda ser comprobada o rechazada, ni siquiera que vaya adquiriendo o perdiendo fuerza con la no validación a través de los años o de otras hipótesis colaterales.

 Por lógica consecuencia, no podemos utilizar un argumento
 no científico como éste para invalidar otro contrastado experimentalmente.

Frases como “la evolución no existe porque mi Dios lo dice” resultan totalmente absurdas e irracionales, y llevan a situaciones tan esperpénticas como negar los métodos de datación, la existencia de fósiles de homínidos o la producción de mutaciones beneficiosas.


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