A principios del siglo XX el filólogo danés Kristoffer Nyrop describía tribus finesas cuyos miembros se bañaban juntos pero consideraban el beso como algo indecente.
En 1987 el antropólogo Paul d’Enjoy informó que en ciertas zonas de China es tan horrible besar en la boca como para nosotros lo
es el canibalismo.
Y en Mongolia los padres no besan a sus hijos,
sino que les huelen la cabeza.
De acuerdo con el pionero de la etología humana Irenäus Eibl-Eibesfeldt, ahora director de la Max-Planck-Society Film Archive of Human Ethology en Andechs, Alemania,
el 10% de la humanidad no junta sus cabezas para intercambiar saliva, un dato corroborado por la antropóloga Helen Fisher en 1992.
Según ella, alrededor de 650 millones de miembros de la especie humana no ha aprendido el arte de la osculación.
De hecho, y según los antropólogos culturales,
no tienen ni idea de qué va ese asunto.
Por lo demás, el beso es una expresión de afecto en nuestra
cultura moderna occidental, pero en otras muchas lo que
representa es respeto hacia el otro, sin connotación sexual.
Así, resulta complicado que un musulmán estricto bese
a su mujer en la boca como señal de cariño.
Hace algunos siglos en los países eslavos el beso
no se veía como algo sexual.
Para echar más leña al fuego hay una amplia variedad de acciones que constituyen lo que nosotros llamaríamos un beso.
Durante la Primera Guerra Mundial uno de los padres
de la antropología moderna, Bronislav Malinowski,
visitó las islas Trobriand (hoy islas Kiriwina) en las costas
de Nueva Guinea y descubrió que un beso allí consistía
tanto frotar la nariz y la mejilla,
como un vigoroso sorber de los labios o morderlos ;
morder los labios, el mentón y la mejilla, tirar del pelo
o la aún más extraña acción de comer las pestañas del otro.
Besamos a plena luz del día y en lo más oscuro de la noche.
Damos besos ceremoniosos, afectivos, al aire, besos de muerte y,
al menos en los cuentos, piquitos que reviven princesas.
¿Han intentado definir un beso?
El microbiólogo Henry Gibbons lo describió como “la juxtaposición anatómica de dos músculos orbicularis oris en estado de contracción”.
Una definición basada en ese músculo esfínter que es una especie de cinta en forma de anillo que circunda los labios,
extendiéndose hasta el mentón y discurriendo entre la nariz
y el labio superior.
Gracias a él podemos fruncir los labios
y hacer muchas cosas interesantes…
Por supuesto, se trata de una definición a años-luz de la
de Cyrano de Bergerac:
Un juramento que se hace tan cerca
un acuerdo que busca una ratificación
una exacta promesa
una “o” rosa en la palabra amor
un secreto dicho en la boca, no en el oído.
Menos poéticamente, en una encuesta realizada por los caramelos Smints, mujeres y hombres norteamericanos daban su propia definición: manteca fundiéndose, sentirse golpeado por una ola, algo parecido
a las vibraciones en un concierto o, más prosaicamente,
una canasta de tres puntos que gana el torneo universitario estadounidense de baloncesto.
A pesar de todo, para muchos de nosotros poco hay mejor
que un buen beso.
Pero un beso no es solo eso.
“Besarse no es únicamente labios encontrándose con otros labios” dice Sarah Woodley, bióloga de la Universidad Duquesne en Pittsburgh.
Algo así debían tener en mente la Women’s Christian Temperance Union cuando en 1901 lanzó una campaña en EE UU para informar de los peligros de besar en los labios.
Tampoco puede sorprender que tan entusiasta campaña fracasara.
Eso sí, besarse acaba siendo fatigoso.
En los 1930, el experto maquillaje de origen polaco Max Factor
-cuyo verdadero nombre era Maximilian Faktorowicz-
decidió dejar de utilizar gente para comprobar la duración
de sus lápices de labios.
Los probadores se cansaban y aburrían así que los reemplazó
por una máquina de besar que presionaba una y otra
vez dos labios hechos de goma.
Alguna vez, en mitad de un beso, ha pensado:
¿por qué demonios estoy haciendo esto?
La verdad es que es un poco asqueroso.
Nos pasamos varios miles de colonias de bacterias con cada besuqueo, además de un generoso intercambio de saliva,
y es un excelente método para propagar la gripe,
la meningitis, el herpes y la mononucleosis.
¿Qué hace ahí, en nuestro comportamiento?
¿Es algo instintivo o aprendido?
¿Proporciona alguna ventaja evolutiva?
Más allá de todas éstas preguntas...
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