No hay que resignarse a las rozaduras de la vida.
Ella conocía todas los grises.
Tomaba su amor
y le borraba los contornos,
para luego rehacerlo huérfano y desfigurado.
Un día se apostó su blancura
y metió su cuerpecito en mi cuerpo.
Y quedó allí...
en dos palabras y un abrazo.
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