Como tantos otras veces,
paseo mi mirar por la orilla de la ruta bordeando
esa frontera que dibuja y borra el sembradío.
Pero hoy es prácticamente una línea fija:
la calma es tal que el verde parece una masa sólida,
un campo pintado de una vez y para siempre.
Por eso hay sobre el verde,
un silencio algo abrupto, como el de un gris amenazante que espera.
Los ecos, si los hay, deben de morir también en la orilla del aire.
Al cabo de un tiempo difícil de medir,
empiezo a oír un rumor casi táctil, igual que el de la briza en la cara.
Me vuelvo y veo entonces, perfecta, aquella gota de agua,
y su acabada fisonomía en movimiento tan imperceptible
como imparable surcando el ventanal.
Fondeados en el horizonte cercano,
los gigantes de metal desoyen el crujido de sus partes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario