Durante los últimos casi 50 años, los proyectos SETI de búsqueda
de inteligencia extraterrestre han reunido ingentes cantidades de datos.
¿Cabría la posibilidad de que en algún lugar, entre millones de señales, aguardase oculta la huella de una CET,
una que aún no hayamos reconocido o identificado como tal?
Los detectores terrestres pueden ser inducidos a error por multitud de señales espúreas procedentes de nuestro propio planeta:
radiación procedente de teléfonos móviles, radares militares, etc.
Los astrónomos permanecen alerta con respecto a estas fuentes
de interferencias y, normalmente, suelen identificarlas como lo que son.
Sin embargo, restan unas pocas tentadoras excepciones.
Por ejemplo, el proyecto META (Megachannel Extra-Terrestrial Assay)
llegó a registrar varias señales no aleatorias y, posiblemente, transmisiones inteligentes.
Analizó 60 billones de señales y únicamente encontraron 11 candidatos.
Asimismo, Benjamin M. Zuckerman y Patrick E. Palmer examinaron
más de 600 estrellas de tipo solar a 1,42 GHz, identificando también
una decena de señales potencialmente artificiales.
Y no olvidemos la célebre señal "Wow!".
El problema es que, siempre que los astrónomos redirigen sus telescopios
en la dirección de la que provienen las señales,
ya no vuelven a encontrar nada.
Nunca se repiten.
¿Quizá eran señales procedentes de emisiones intermitentes, que simplemente cruzaron por delante de la Tierra antes de dirigirse a otro sitio?
¿O tal vez se trataba simplemente de fuentes de interferencias de radio
que aún no han sido debidamente identificadas?
Otra dificultad surge con la interpretación de los datos procedentes
de los telescopios.
Recolectamos fotones de fogonazos de rayos gamma y atribuimos su origen
a enormes cataclismos cósmicos; fotones de estrellas que muestran
un exceso de radiación infrarroja y deducimos que están rodeadas de polvo; hallamos cualquier espectro térmico e inferimos
su procedencia de un cuerpo negro.
¿ No podríamos explicar todas las observaciones anteriores
en términos de actividad de una CET?
Ya hemos visto que gente como John Ball sugieren que las CETs
podrían comunicarse mediante haces o pulsos de rayos gamma;
el mismo Freeman Dyson cree que el exceso de radiación infrarroja
podría provenir de gigantes esferas artificiales que rodean a la estrella
madre y el planeta hogar de la civilización alienígena.
En definitiva, la dificultad estriba en que estamos atrapados en la superficie de una pequeña roca,
en el fondo de una gruesa capa atmosférica, mientras tratamos de comprender el universo mediante la interpretación de las señales recibidas por nuestros telescopios.
Esto constituye todo un desafío.
En ocasiones, los científicos pueden equivocarse,
pero si podemos explicar las observaciones en términos de fenómenos puramente naturales, entonces no tenemos necesidad alguna
de postular la existencia de CETs.
La navaja de Occam ataca de nuevo.
Así que cuando detectamos, por ejemplo, que los espectros de casi todas
las galaxias muestran un desplazamiento hacia el rojo,
basta con explicarlo en términos de la expansión del universo,
una explicación suficientemente fantástica y plena de belleza en sí misma.
No se requiere suponer ninguna hipótesis fantástica.
Debemos tener esperanza en que las CETs avanzadas emitirán sus señales
de comunicación de forma no ambigua y claramente distinguibles
del ruido de fondo.
Debemos esperar que sus señales sean intensas;
si nuestra generación actual de detectores es insuficientemente sensible
para esta tarea, entonces habremos desperdiciado casi 50 años
de observación.
Además, debemos confiar en que repitan sus señales a menudo.
Sería una auténtica lástima que ya hubiéramos registrado una señal
y no pudiésemos probar que procede de una civilización alienígena.
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