Por fin llega una carta.
Ella acababa de venir de la escuela.
Tampoco es de Hitomi, y mira que lo siento,
ha soltado Sugita el cartero con indiscreción.
Mamá ha mirado el remite y se ha ido enseguida a su cuarto.
No es de papá, ni de tu hermana, me ha dicho.
Se ha quedado sola un buen rato.
Cuando ha salido ha quemado la carta.
Se ha quedado mirándola.
Ella ha debido darse cuenta de que se me movía
y se ha justificado.
Era de Michio.
Para decir que está bien y en una ciudad importante.
Que no nos preocupemos.
He callado, he seguido esperando, no he pestañeado.
Además agradece la ayuda que le prestamos.
Que un día más y aquellos hombres hubieran dado con él.
No entiendo que aquel supuesto monje hable en plural.
Yo no hice nunca nada; fue mamá quien le ayudó,
quien preparó su huída.
Tal vez la que le procuró algo más que no alcanzo a comprender.
¿Eso es todo?, la he increpado.
Si sólo dice eso,
¿por qué has quemado la carta enseguida?
¿Por qué no la has guardado como las del otro hombre?
Mamá se ha quedado paralizada,
Mamá se ha quedado paralizada,
contemplando el crepitar del fuego.
A ella le parecía que los caracteres de nuestro alfabeto
se consumían en la agitación desigual de cada llamarada.
Luego, ella ha añadido sin apartar la mirada de la quema:
Deja que el mensaje se convierta en cenizas.
Las cenizas no hablan, ni denuncian, ni arriesgan las vidas.
Las cenizas preservan los recuerdos.
Las cenizas nos protegen.
A mamá se le han puesto los ojos rojos.
A mamá se le han puesto los ojos rojos.
Debe ser por efecto del fuego.
continuará...
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