Un músico que intenta incrementar su sensibilidad al sonido,
la gente que estudia una segunda lengua o los médicos que están aprendiendo a diferenciar los ritmos cardíacos regulares
de los irregulares tienen en común que están intentando mejorar
su capacidad perceptiva.
Hasta ahora se tenía el convencimiento de que sólo mediante entrenamiento y esfuerzo continuados era posible conseguir avances en el aprendizaje.
Un artículo publicado en el Journal of Neuroscience por un grupo
de investigadores encabezado por Beverly Wright,
de la UniversidadNorthwestern (EE.UU.),
sugiere un nuevo método de entrenamiento que podría reducir
al menos a la mitad el esfuerzo que se piensa que es necesario
para obtener dichos avances en el aprendizaje.
La investigación también podría ser la primera demostración conductista de la metaplasticidad, la idea de que las experiencias
que por sí mismas no generan aprendizaje pueden tener influencia
en cómo serán de efectivas las experiencias posteriores a la hora
de generar aprendizaje.
Las investigaciones previas indican que los individuos mejoran
en las tareas perceptivas a base de repeticiones,
lo que habitualmente hace al entrenamiento tedioso y largo.
También indican que la mera exposición a los estímulos perceptivos que se usan durante la práctica de estas tareas (tonos musicales, fonemas, sonido del ritmo cardiaco en los ejemplos de arriba)
no genera aprendizaje.
A pesar de todo ello, los autores del estudio que nos
ocupa encontraron que, cuando se combinaban periodos
de práctica que por sí solos eran demasiado breves para provocar aprendizaje, con periodos de simple exposición a los estímulos perceptivos, tenía lugar un aprendizaje equivalente
al obtenido por métodos tradicionales.
No sólo eso, los investigadores también constataron
que esta combinación permitía avances en el aprendizaje
que eran iguales a los conseguidos por los participantes en el estudio que se sometieron a más del doble de entrenamiento continuo.
Los investigadores trabajaron con voluntarios adultos
de entre 18 y 30 años, con audición normal y sin experiencia
previa en pruebas psicoacústicas.
El objetivo era incrementar la capacidad de los participantes
para discriminar entre diferentes tonos musicales.
El equipo de científicos determinó en primer lugar la diferencia
más pequeña en tono que los participantes podían discriminar
a partir de un tono estándar de 1000 Hz.
A continuación dividieron a los participantes en cuatro grupos,
cada uno de los cuales fue sometido a un régimen
de entrenamiento distinto.
Los participantes de un grupo participaron durante 20 minutos al día en una tarea de discriminación de tono.
Una y otra vez, se les pedía que dijesen la diferencia entre el tono
de 1000 Hz y un tono más bajo, pero no mostraban avance alguno.
Mucho más interesante resultó el resultado del segundo grupo.
Estos voluntarios hicieron lo mismo que los del primero pero además, durante otros 20 minutos, mientras realizaban un rompecabezas que no tenía nada que ver con el sonido, escuchaban un tono
de 1000 Hz a través de auriculares.
Llamativamente, la mejora en la discriminación de tonos del segundo grupo era comparable a la de un tercero que estuvo practicando la discriminación de tonos durante 40 minutos al día durante una semana.
El cuarto grupo, expuesto repetidamente a un tono de 1000 Hz durante 40 minutos al día mientras desarrollaban una tarea
no relacionada, no evidenció mejora alguna.
Experimentos posteriores pusieron de manifiesto que el orden
de presentación de las tareas (entrenamiento/exposición) no afectaba al aprendizaje.
En ambos casos se obtenían los mismos avances en el mismo.
Pero además, se detectaba que la eficacia de la combinación
de tareas declinaba si estaban separadas más de 15 minutos, llegando a cero tras cuatro horas de separación.
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