viernes, 13 de mayo de 2011

Cálido aliento ... gélido soplo



Si tenemos frío en las manos las calentamos con el aliento
pero si la sopa está caliente soplamos para que se enfríe
¿Qué mágica propiedad tiene el aire de nuestros
pulmones para modificar su temperatura?
Si dejamos salir el aliento sin más,
su temperatura será aproximadamente la del cuerpo humano,
es decir, unos 36º y por tanto lo notaremos caliente,
esta es la parte fácil.
En cambio, cuando soplamos hacemos que el aíre que está en nuestra
boca pase por la estrecha abertura de nuestros labios
y eso hace que se enfríe
¿por qué?
La culpa la tienen cuatro señores:
Venturi, Bernoulli, Joule y Thomson.
Primero, sabemos que los labios al soplar
representan un estrechamiento.
Pues bien, un señor llamado Giovanni Battista Venturi
demostró en 1797
que si un gas va por un tubo y, de repente,
este tubo se hace más estrecho,
esto aumenta la velocidad del gas.
Cualquiera que haya puesto su mano en el chorro de aíre
de un secador con y sin difusor
(que no hace otra cosa que estrechar el tubo)
podrá dar fe de este fenómeno.
Por tanto, ahora tenemos un aumento de velocidad.
En un gas en movimiento,
mayor velocidad implica menor presión (y viceversa)
como demostró el señor Daniel Bernoulli en 1739.
Este es el mismo principio que permite volar a los aviones
o hacer subir el humo en las chimeneas.
Ahora sabemos que el aire del soplido lleva menor presión.
En 1852 James Prescott Joule y William Thomson,
primer Barón Kelvin
(el de los grados) demostraron que presión y temperatura
son directamente proporcionales en un gas.
Si acercamos un globo a un mechero,
el globo explotará porque el aumento de temperatura hace
que suba la presión del gas contra las paredes.
De igual modo un descenso de la presión como el producido
en el aíre de un soplido al pasar por nuestro labios
se traduce en una disminución de la temperatura
y por tanto el aire del soplido es más frío.

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