“Las misiones científicas de la NASA están gafadas.
El satélite Gravity Probe B (GP-B) es un buen ejemplo.
Ha costado 750 millones de dólares y se ha limitado a confirmar lo que
ya se sabía y con un margen de error inferior
al logrado por experimentos anteriores.
La misión fue ideada en 1959 y su primera fase, Gravity Probe A,
lanzada en 1976, fue todo un éxito, aunque no logró medir el efecto buscado; pero la segunda fase ha sufrido los problemas de financiación de la NASA
y tuvo que esperar a 2004 para su lanzamiento.
En 2007, tras la publicación de los primeros resultados preliminares,
se supo que los resultados finales serían una decepción, no podían ser tan precisos como se pretendía.
Las cartas estaban echadas y el artículo que se acaba de publicar en Physical Review Letters confirma el efecto de De Sitter con un error del 0’3%
y el efecto de Lense y Thirring con un error del 20%.
El primer efecto ya había sido confirmado por la sonda Cassini de la NASA
en 2003 con un error del 0’002% (150 veces mejor que GP-B).
Shweta Krishnan en Sky & Telescope nos recuerda que el segundo efecto
ha sido confirmado por las medidas de la posición de la Luna en su órbita gracias a los retroreflectores instalados por la misión Apollo
con un error del 0’15% (130 veces mejor que GP-B);
sin embargo, la alta precisión de esta última medida ha sido puesto
en duda por algunos científicos.
Aún así, los satélites LAGEOS y LAGEOS-2 también han medido dicho efecto con un error inferior al 10%.
Por tanto, GP-B aporta poco a lo ya conocido.”
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