La posibilidad de que haya formas de vida (o proto-vida)
capaz de sobrevivir a un viaje espacial es un tema al que se le viene
dando vueltas desde hace siglos.
La hipótesis de la panspermia se basa precisamente en la idea de que la vida sobre la Tierra surgió a partir de la llegada de esporas o microorganismos
de algún tipo en cometas o meteoritos.
Para que un viaje de estas características fuera posible es preciso
que se den tres circunstancias:
(1) que los organismos en cuestión sobrevivan al lanzamiento al espacio,
(2) que sobrevivan al viaje,
y (3) que sobrevivan a la reentrada en el planeta destino.
Los puntos (1) y (3) son bastante dependientes de las condiciones particulares en las que se produce el lanzamiento/llegada,
y no es descabellado suponer que existe la posibilidad de que bien
sea a través de impactos meteoríticos, o simplemente a través
de un programa espacial
(la contaminación de las sondas es algo que se toma muy en serio
por las agencias aerospaciales; considérese por ejemplo el caso de la sonda Galileo, que fue lanzada contra Júpiter para evitar
la contaminación accidental de Europa),
se pueda producir la transferencia de formas de vida.
Por supuesto, siempre y cuando se salve el punto (2),
la supervivencia en el espacio exterior durante el viaje.
La supervivencia en el vacío espacial es extremadamente difícil para las formas de vida terrestre, como es fácil imaginar.
Los organismos que se vieran expuestos a este ambiente tendrían
que hacer frente a la microgravedad, temperaturas extremas
(de apenas unos 4ºK en el espacio profundo, mayor -e incluso potencialmente letal- si hay exposición directa a la luz solar),
presiones ínfimas (del orden de 10-14 Pa, aproximadamente 10-19 atmósferas),
y altas dosis de radiación ionizante
(al menos tres órdenes de magnitud superior a la que se recibe
en la superficie terrestre).
Existen diversos extremófilos que pueden soportar algunas de estas condiciones, pero sobrevivir a la combinación de todas ellas durante un periodo potencialmente muy largo de tiempo es indudablemente un desafío biológico.
Este desafío es incluso superior si en lugar de microorganismos unicelulares simples consideramos organismos pluricelulares.
Pues bien, sorprendentemente parece haber organismos capaces de sobrevivir
en estas hostiles circunstancias, tal como K. Ingemar Jönsson
y 4 colaboradores, de las Universidades de Kristianstad, Sttutgart y Estocolmo, acaban de mostrar en un artículo titulado
Tardigrades survive exposure to space in low Earth orbit
(si el DOI no fuenciona, probar este enlace directo)
recién aparecido en Current Biology.
El estudio de Jönsson et al. se centra en los tardígrados,
popularmente conocidos como “osos de agua”
Se trata de unos pequeños invertebrados de hasta 1.2 mm de tamaño
que constituyen un filo propio,
y que tienen la curiosa propiedad de ser eutélicos, i.e.,
todos los individuos adultos de una cierta especie tienen el mismo número
de células (hasta 40,000 en algunas especies).
Son ovíparos, tienen reproducción sexual, y una resistencia extrema:
pueden soportar (al menos temporalmente) temperaturas de +151ºC a -271ºC, altísimas dosis de radiación, presiones de hasta 6000 atmósferas,
y pueden permanecer en estado criptobiótico durante años.
El estudio de Jönsson et al. se ha realizado en el contexto
de la misión Foton-M3 de la ESA, y tiene el sugerente acrónimo
geek de TARDIS (Tardigrades in Space).
Durante 10 días dos especies de tardígrados -Richtersius coronifer
y Milnesium tardigradum- han estado expuestos al vacío
en una órbita terrestre baja, y a dos espectros diferentes de radiación ultravioleta (280-400nm y 116.5-400nm).
Mientras que la exposición al vacío no ha parecido tener efectos
en la supervivencia de los tardígrados, la exposición a la radiación
UV -especialmente en el espectro más amplio-
produjo una considerable mortandad en los animales.
No obstante, algunos especímenes de M. tardigradum
fueron capaces de sobrevivir en estas condiciones,
soportando (en estado desecado)
una dosis de radiación de 7000 kJ/m2.
El mecanismo por el que estos organismos son capaces de soportar
estas condiciones de desecación y radiación no está claro,
y se presume la existencia de algún sistema de reparación del ADN dañado.
En cualquier caso, dado que estas condiciones no se presentan en la Tierra, debe concluirse que son un efecto secundario
de su adaptación criptobiótica.
Realmente apasionante.
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