Dicen que llega el apocalipsis.
Que los estragos del propio ritmo de la naturaleza, que a nosotros se nos antojan caprichosos e injustos, son la señal de que el fin de los tiempos se acerca.
No puedo más que recordar los mil y un apocalipsis anunciados a lo largo y ancho de la historia: los maltrechos cambios de siglo, las pestes bubónicas, las enfermedades incurables que diezmaban por igual a pecadores y beatas.
Los eclipses solares que ocultaban al astro rey, dios y señor de la fotosíntesis.
Los movimientos de la tierra, creadores de valles y montañas.
Los maremotos y riadas que ponen las tierras en su sitio, que anegan lodazales y desiertos.
La esterilidad de la primera civilización que da oportunidad a los desafortunados para poblar un planeta que a fuerza de lejano se torna hostil de frontera en frontera...
No puedo más que pensar que el ritmo nos es impuesto, que el orden está realmente ordenado, que, aunque nuestros pobres ojos, nuestras pobres mentes, tilden de catástrofes todos estos y muchos más momentos planetarios, no responden más que al sostenible plan de reciclamiento que la naturaleza realiza periódicamente.
Pues no somos más que un parásito del planeta,
una pequeña garrapata que le roba por igual suelo y agua.
Aire y madera, fuego y entrañas.
La naturaleza no es moral, simplemente es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario