sábado, 30 de julio de 2011

El verdadero tesoro de los andes



Un minúsculo y humilde tubérculo alimentó a todo un imperio.
 El incaico, para ser exactos.
 Salvó de una muerte casi segura a miles de campesinos europeos hace más de 400 años y en este siglo XXI asegura la nutrición de cientos de millones de personas en todo el mundo.

Ese minúsculo y humilde tubérculo se llama papa, es originario del Perú, en tierras próximas al lago Titicaca –donde surgió hace ocho mil años– y por sus propiedades nutricionales y adaptabilidad los expertos aseguran que sería el gran salvador de la humanidad ante una posible hambruna.

Se cultiva desde las planicies de Yunnan, en la lejana China,
 hasta las montañas ecuatoriales de Java, en Indonesia, y en las llanuras de Ucrania. 

En su país de origen se producen más de tres millones de toneladas
 al año y en ese mismo periodo una persona puede consumir allí unos 80 kilos de papa.

No en vano Perú es el primer productor en Latinoamérica y le siguen Brasil, Argentina y Colombia.

Se cultiva en más de cien países y se sirve a la mesa de formas muy diversas: en el curry en la India, en la pasta en Italia, cocida
 con bananos en Costa Rica, al horno con arroz en Irán, rellena
 de hígado en Belarús y frita con judías verdes en Etiopía, 
para señalar nada más unos cuantos ejemplos.

Aunque, hay que decirlo, no siempre fue bien querida.
 En Europa hubo una época en la que se le atribuía ser la causante
 de males como la lepra y la lujuria. 

Hasta se rehusaron a convertirla en alimento porque los más católicos decían que no se le mencionaba en la biblia. 
De todos esos rechazos salió bien librada y hoy es el principal producto alimenticio en el mundo, después del trigo, el arroz y el maíz.

Fue precisamente su importancia la que llevó a la ONU a declarar el 2008 como “el año internacional de la papa” y de paso crear conciencia sobre su función en la agricultura, la economía
 y la seguridad alimentaria mundial.

Hay que hablar también de sus múltiples aplicaciones domésticas. 
Se guisa, se sancocha, se asa, se saltea, se fríe; con ella se hacen purés, cremas, croquetas y tortillas.

Es justamente esa versatilidad la que hace que
 no falte en nuestras cocinas.

Tal vez los españoles que conquistaron el nuevo mundo nunca 
se dieron cuenta que la verdadera riqueza de estas tierras
 no era ni el oro ni la plata, sino la papa. 

Ese es el verdadero tesoro de los andes. 

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