lunes, 5 de septiembre de 2011

Sonido, Asombro...Vida.


Anochecía.
 La luz que se filtraba a través de la cortina era suficiente para realzar su belleza.
 Para admirarla en esa quietud; 
en esa penumbra que la hacía aún mas hermosa.
 Ella sola. Nacida. Desnuda aún. Deshabitada

Hacía calor, pero él sintió frío.
 Ese frío que se cuela por los poros y avanza hasta contracturar el alma. 

El frío que precede al desaliento, al temor, a lo inesperado, a las dudas. 

Se ahogaba. 
Abrió la ventana, encendió un cigarrillo 
y la vio... borrosa, difuminada, deshaciéndose. 

Yéndose de él. 
De sus manos. Perdida.

La noche se fue quedando huérfana de luna. 
Olía a perfumes en sosiego.
 A savia adormecida.

Se apoyó en el marco de la ventana, mudo.
Tan huérfano como la noche. Con su ausencia.

Encendió el candil. 
La necesitaba. 
Y allí estaba, en reposo, esperándolo.
Con su dedo índice él la recorrió para sentirla. 
Despacio. 
Trazo a trazo.
Y ella, iluminada,  anidó en su mano para latir. 
Y ser sonido, asombro, vida. 

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