El tema del calentamiento global resulta ya aburrido.
Los medios de comunicación no cejan de calentarnos los ojos, las orejas,
y el cerebro con el dichoso calentamiento.
Es, en ocasiones, tanta la insistencia, que, haciendo un chiste fácil,
acaba por dejarnos fríos.
Sin embargo, es importante que no nos enfriemos y sigamos siendo conscientes de la transcendencia de este calentamiento.
Por esta razón, hablamos de nuevo hoy de este asunto, aunque desde
un punto de vista, creo, poco tratado en los medios de comunicación.
Acompáñame y te lo cuento.
Para empezar, permíteme que te recuerde que el calentamiento global se debe a la liberación a la atmósfera de gases que, aunque son transparentes a la luz visible, son opacos para la radiación infrarroja que emite todo cuerpo caliente.
La Tierra recibe energía del Sol durante los días y la pierde durante
las noches.
Es decir, en un momento dado, la mitad de la Tierra se está calentando y la otra mitad se está enfriando.
Si la cantidad de energía recibida de día fuera igual a la que se pierde por la noche, la temperatura del planeta se mantendría constante
Pero esto no está sucediendo.
Los gases emitidos por la actividad humana, al ser transparentes para la radiación visible, la dejan pasar de día, con lo que ésta calienta la Tierra.
Al calentarse, el planeta emite radiación infrarroja que intenta escaparse al espacio exterior por las noches, pero dado que dichos gases, como sucede con el vidrio y otros materiales usados en los invernaderos, son parcialmente opacos para esta radiación, no la dejan pasar en su totalidad y la reflejan de nuevo hacia la Tierra.
De esta forma, la energía recibida de día es ligeramente superior a la perdida por la noche, y el planeta, poco a poco, se calienta.
La agricultura es también culpable
Todos conocemos que el principal culpable de este efecto invernadero
es el dióxido de carbono, o CO2.
Este gas es emitido al quemar combustibles fósiles utilizados en el transporte o la producción de energía en centrales térmicas.
En general, sabemos que cualquier proceso que consuma energía puede ser potencialmente dañino para el medio ambiente.
Pero pocos saben que la propia producción y consumo de alimentos también contribuye al calentamiento global.
¿Puede haber algo más natural e inocuo para el medio ambiente que un manojo de saludables espárragos?
Sin embargo, de acuerdo a un estudio realizado por científicos de la Universidad de Washington, y mencionado en el último número de la revistaScientific American, la producción de un kilogramo de espárragos resulta en la liberación a la atmósfera de alrededor de 150 gramos de CO2.
¿Cómo es posible?
El uso de insecticidas y fertilizantes, el bombeo de agua y el empleo de maquinaria agrícola para el cultivo son la explicación.
Pero lo peor es que a esos 150g de CO2 hay que sumar los emitidos por la necesaria refrigeración y transporte hasta la mesa de los consumidores.
Esto añade otros 240g de CO2, lo que totaliza 390g de CO2 emitido por kg de espárragos consumido.
Las emisiones de gas más viejas del mundo
Pero no creas que la producción de espárragos es la única culpable.
La emisión de cantidades mayores o menores de CO2 ocurre también durante la producción y transporte de cualquier otra fruta o verdura.
No obstante, la cantidad de CO2 emitida por kg de fruta o verdura es ridícula comparada con la emitida en la producción de un kg de ternera.
Los estudios realizados indican que, según el método de producción, cada kg de ternera resulta en la liberación a la atmósfera de entre 140 y 260 gramos, no de CO2, sino de metano, gas liberado por el lugar donde la espalda de la vaca pierde su nombre, justo debajo de su larga cola.
Es una de las emisiones de gas más viejas del planeta.
El metano es un gas incoloro que, sin embargo, es 23 veces más opaco para la radiación infrarroja que el CO2.
Esto quiere decir que cada kg de ternera producido libera a la atmósfera el equivalente de 3,2 a 6 kg de CO2.
Y esto sin contar otros factores, como el CO2 liberado al producir el alimento que el animal necesita.
Para cada kg de ternera producido el animal consume 10kg de pienso,
cuya producción resulta también en emisiones de CO2,
como hemos explicado arriba.
Tomando en cuenta todos estos factores, se ha calculado que, en el mejor de los casos (aunque es el peor para la vaca, ya que supone mantenerla casi inmóvil durante su vida hasta que la convirtamos en filetes) la producción de un kg de ternera resulta en la liberación a la atmósfera de más de 16kg de CO2 (unas 36 veces la cantidad de CO2 emitido al producir un kg de espárragos).
La situación mejora con la carne de cerdo o de pollo.
Cada kg de cerdo libera unos 4kg de CO2, y cada kg de pollo, sólo 1,2kg.
No obstante, la emisión de CO2 a la atmósfera dista mucho aún de ser pequeña.
¿Qué quiere decir esto?
Para hacernos una idea, la contribución al calentamiento global
de la producción de carne supera en una cantidad considerable
a la contribución de todo el transporte mundial.
Comernos una chuleta de ternera es equivalente, en términos de emisión
de CO2, a conducir un coche medio durante unos 15 kilómetros.
¿Quién lo hubiera pensado?
¿Qué podemos hacer?
Ante todo, no dejes de comer, ya que, aunque ayudaría a mejorar el problema del calentamiento global, no me gustaría perder a un lector tan interesado
y comprometido con el medio ambiente como tú.
Disminuye, en cambio, el consumo de carne de vacuno
y aumenta el de carne de pollo.
Sobre todo, aumenta el consumo de frutas y verduras y consume alimentos locales, que no necesiten largos transportes.
Con todo ello contribuiremos no solo a ralentizar el calentamiento global,
sino a mantener o mejorar nuestra salud.
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