lunes, 10 de octubre de 2011

Aquellas tres plumas...


El centro comercial estaba en penumbras y de fondo una leve música gitana, una melodía rumana que hacía flotar mi espíritu. 

Comencé a recorrer las pinturas en el sentido de las agujas del reloj, 
como me habían enseñado. 

Su realismo mágico empezaba a imponerse y yo quería estar en aquel silencio.

 Buscaba un hilo conductor para develar el enigma 
y comprenderlo esa misma noche. 

Vía Moldavia era la canción que se escuchaba cuando llegué a la obra 
de la pared final: una gran puerta y después el cielo. 

Nada particular pensé, y cuando estaba a punto de darme por vencido 
vi una pluma que salía por el costado del cuadro. 

Corrí levemente la obra y lo descubrí. 

Estaba asustado y con un dedo cruzado en los labios pidiendo silencio.

 Sus ojos eran de auxilio. 

Entonces adelanté el pie y traspase el umbral. 
Me tomó por la cintura y volé con él, sentí el viento de sus alas en mi espalda
 y esquivamos un fuego de artificio. 

Habló por primera y única vez:

-Con lo que cuesta eso mañana cientos de chicos tendrían
 un plato de comida en su mesa.

Desde lo alto vimos la gran ciudad y sobre sus alas descubrí la realidad 
que escondían los políticos. 

Al amanecer atravesamos la ventana de mi habitación y comprendí el sueño.

 Mejor dicho, creí el sueño, 
pues cuando mire los rayos del sol que se filtraban por la cortina, 
tres plumas flotaban en el aire.

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