LAS DIMENSIONES DE LA ALIMENTACIÓN
(La mirada de un curioso con ganas de aprender)
Recuerdo que cuando era niño, la publicidad de los productos alimenticios hablaba de los mundos maravillosos adonde nos podían transportar esos sabores auténticos, o sorprendentes.
(La mirada de un curioso con ganas de aprender)
Recuerdo que cuando era niño, la publicidad de los productos alimenticios hablaba de los mundos maravillosos adonde nos podían transportar esos sabores auténticos, o sorprendentes.
Había algunos productos que tenían un sello de distinción, de exclusividad.
Otros, por el contrario, olían a pueblo, a lo de siempre.
Pero la comida era comida, y ante todo, algo delicioso.
No recuerdo muy bien cuándo desapareció aquel mundo en el que soñábamos con ser Charlie (o los Umpadumpas) en la fábrica de chocolate del cuento de Roald Dahl.
Pero algo cambió: por un lado la criminalización de algunos alimentos que, ahora, eran tabú, casi como si de un veneno se tratara.
Y entendimos que una sociedad sedentaria y sobrealimentada llevaba
al verdadero fin del mundo: el de miles de millones de obesos comiéndose
lo poco que quedaría sin convertir en grasa.
Ello nos podría haber llevado a intentar corregir el pequeño detalle de saber que cuatro quintas partes de nuestros congéneres estaban desnutridos, además de enfermos y sin medios.
Pero no fue así: por el contrario, empezamos a ver anuncios de alimentos
que iban arreglando diversos problemas -conocidos o completamente desconocidos-, toda una escuadra de alimentos capaces de hacernos desaparecer el miedo a ser gordos, o a pensar siquiera en serlo, y otros
a curarnos o mejorarnos.
De repente, un día, ya no quedaba ni un alimento que se promocionara porque sabía de rechupete, como si la gula fuera realmente
el único pecado capital relevante.
Es cierto que en el tiempo de una generación han ido cambiando muchas
Es cierto que en el tiempo de una generación han ido cambiando muchas
de las percepciones que tenemos sobre el mundo de la nutrición.
Paralelamente a un mercado cada vez más agresivo, y a una publicidad demasiado poco complaciente con la verdad y la ciencia, pero muy deudora del beneficio económico, también la investigación nos ha ido proporcionando nuevas claves con las que entender de verdad
por qué somos lo que comemos.
Paradójicamente, aunque ahora entendamos que hay cuestiones evolutivas, médicas, bioquímicas y sin duda sociales y culturales que se imbrican
en las conductas alimentarias, seguimos sin embargo soslayándolas porque
el tren del negocio parece imparable.
Y, para colmo, abrazamos alegremente las más variadas modas
(por otro lado perfectamente indocumentadas en lo que se refiere a validez
o eficacia científica) simplemente por imitación, por efecto de la propaganda o porque vivimos en una sociedad que ha endiosado algunas palabras
o conceptos, como “lo natural”, o “la tradición oriental”, a veces todo ello
a la vez; y satanizado otras como “química” o “transgénicos”.
El ponente, que no es experto en nada de esto de la alimentación,
El ponente, que no es experto en nada de esto de la alimentación,
sino alumno en el arte de saber preguntar a quienes saben,
intenta abarcar las diferentes dimensiones sobre las que se mueve
este mundo.
Quizá no es tan complejo, quizá simplemente nos falta más sentido crítico,
y debemos activamente promover y exigir que la información,
y no solo la propaganda, sean de acceso a todos, y que las evaluaciones sigan parámetros que las alejen de los prejuicios ideológicos
o de los intereses económicos.
Suena utópico, y ciertamente lo es visto el mundo que vivimos.
Pero aunque no vayan a dejarnos de castigar con anuncios que prometen maravillas inexistentes, o que engañan sobre las virtudes de una cierta dieta, o que nos venden a precio de oro aquello que podríamos encontrar simplemente en esas cácaras de la fruta, que mandamos al contenedor de reciclaje, es preceptivo que nos planteemos que una información amplia,
y disponer de fuentes fiables, que se perciban como fiables y honradas,
es la única alternativa razonable para una mejor alimentación en el futuro.
De la misma forma que es mejor confiar en el avance de la ciencia y la técnica para solucionar los graves problemas de desigualdad de este mundo injusto que en esperar que pase un milagro y lo solucione todo, este trabajo ajustará las dimensiones de la alimentación a la escala que nuestra sociedad necesita.
De la misma forma que es mejor confiar en el avance de la ciencia y la técnica para solucionar los graves problemas de desigualdad de este mundo injusto que en esperar que pase un milagro y lo solucione todo, este trabajo ajustará las dimensiones de la alimentación a la escala que nuestra sociedad necesita.
Cierto que mañana aparecerá el nuevo anuncio de una dieta imposible, el alimento funcional que todo lo sana, una nueva fuente de la eterna juventud con nombre de molécula tecnificada, a la vez que una alerta despertada por un patógeno aparentemente maligno, o algo que se sospecha escapado
de unos malvados laboratorios...
Pero si tenemos herramientas con las que anunciar los datos ciertos
y denunciar a los farsantes, habremos cumplido al menos con la elemental
y ecológica labor de limpiar lo que hemos ido manchando.
Y si un día conseguimos volver a ver anuncios que nos hablen de lo delicioso que sabe ese alimento, a este curioso con ganas de aprender le habrán devuelto a lo mejor de su infancia.
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