Depósito de cadáveres del Escuadrón 731 (Wikimedia Commons)
No existe guerra en la que, por pequeña que sea, no se cometan numerosas atrocidades, muchas de ellas en nombre de la libertad y la evolución de la humanidad.
La mayoría de los conflictos bélicos vienen acompañados de extraños experimentos que acaban convirtiéndose en auténticas barbaridades contra el género humano.
Un claro ejemplo es el holocausto llevado a cabo por los nazis durante su permanencia en el poder, o los numerosísimos experimentos realizados durante la Guerra fría entre EE.UU y la URSS en el que millares de personas fueron utilizadas como cobayas humanas.
Uno de esos casos de brutalidad sin límites tuvo lugar entre los años 1937 y 1945 por parte del ejército japonés, con el beneplácito de su gobierno.
Durante la Guerra chino-japonesa y hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, se llevaron a cabo múltiples operaciones bajo la supervisión de la Unidad 731 un perverso programa de investigación que escondía atroces prácticas sobre los enemigos del gobierno nipón.
Los primeros en sufrirlas fueron los prisioneros chinos, con los que se cometieron brutales crímenes de guerra.
Después llegaron los experimentos con todo tipo de prisioneros, sin importar las nacionalidades de estos.
Bajo la inocente excusa de crear un laboratorio de investigación y prevención epidémica para el estudio de la purificación del agua, se instaló un módulo de operaciones en el distrito de Ping fang, al noreste de la ciudad china de Harbin.
Shiro-ishii, comandante de la unidad 731. (Masao Takezawa/Wikimedia)
(Masao Takezawa/Wikimedia)
El lugar se convirtió en un campo de experimentación en busca de la pureza y la supremacía de la raza.
Entre las pruebas a los que sometían a sus cobayas humanas, tenían sus favoritas: una de ellas consistía en congelarlos y someterlos a bajísimas temperaturas.
Los colgaban bocabajo para ver cómo agonizaban y así calcular el tiempo necesario para morir asfixiado, sin obviar que el exprimento entretenía y divertía a los miembros del ejército imperial nipón.
En otros casos, se les infectaba con numerosos virus y observaban todo el proceso hacia la muerte, realizando vivisecciones sin anestesia alguna y amputando miembros infectados para la posterior observación en el proceso de putrefacción.
Se calcula que en total fueron más de 400.000 los chinos que fallecieron
a causa de la brutalidad de la Unidad 731.
Su mayor artífice fue el teniente general Ishii Shiro, cuyo fanatismo llevó a realizar los más crueles y horribles experimentos con seres humanos, sin tener miramiento alguno del género o estado.
Entre sus víctimas se encontraban mujeres embarazadas, a las que se les practicó la vivisección para extraerles el feto y experimentar con estos, mientras la madre se desangraba hasta morir.
Como puedes comprobar, se trata de uno de los episodios más escalofriantes que trajo consigo la guerra y la absurda ambición de crear una raza superior.
Debido al alto nivel de brutalidad que aparece en muchas de las imágenes encontradas para realizar este post, he decidido adjuntar tan solo dos fotografías representativas del tema, pero puedes visitar la galería publicada en la web festered.
Aviso importante: muchas de las imágenes allí expuestas pueden dañar la sensibilidad de algunas personas, por lo que si eres fácilmente emocionable es recomendable que no las veas.
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