lunes, 14 de noviembre de 2011

Aquello incombustible...


La memoria es incombustible.

 Si huele a rancia humedad al pasar junto a los viejos portales 
de tu barrio, te ves camino de la escuela.

 Si escuchas el aguacero al otro lado de la ventana, 
pega tu mirada al cristal, como un día lo hicieras.

 Si te espanta el ruido de los hombres acechando imprudencias,
 corre a refugiarte bajo la higuera.

 Si la sed azota el paladar de tus ansias, baja al patio a izar la soga 
del fondo del pozo. 

Si te acosan las tardes cálidas del ocio,
 te pones en un rincón de su cuarto y no se mueve. 

Si la noche destempla la rendida entrega al sueño, 
acusa una agitación que araña tus extremidades. 

Si el pensamiento sobre el último capítulo leído se encona, 
y el argumento se vierte, y la historia se bifurca,
 toma un lápiz y apunta dos o tres líneas en tu libreta gris. 

 Si el bramido de un trueno sucesivo y vertical te sobresalta,
 enciende una luz.

  Bajo la puerta se filtra un aroma a sopa, la densidad del agua.

 Si pasas la mano inadvertidamente por una rugosidad delicada,
 siente entre tus manos las manos de tu madre.

 La memoria también está constituida por las sensaciones de hoy.

 Un largo puente.

 El pasado fue textura y sonidos y fragancias y escalofríos.

 También risas. También silencios.

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