Comprobé que tenía la línea de la vida demasiado corta.
Diminuta, diría.
Me asusté.
Agarré una navaja, e imitando al héroe del cómic, hundí el filo de la hoja desde la mitad de la palma de mi mano izquierda hasta el final del antebrazo.
Y ya ven, morí desangrado a los diez años sobre una historieta
del Corto Maltés.
Desde mi muerte no leo ficción.
Me limité a inventarme un personaje que...
escribe en este blog.

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