domingo, 13 de noviembre de 2011

Incompatibilidad...


Durante largo tiempo me obstiné en hallar a alguien que lo supiera todo sobre sí mismo y sobre los otros, un sabio-demonio, divinamente clarividente. 

Cada vez que creía haberlo encontrado, debía, tras un examen, 
cambiar de opinión: el nuevo elegido tenía todavía alguna mancha,
 algún punto negro, no sé qué recoveco de inconsciencia o de debilidad 
que le rebajaba al nivel de los humanos. 

Percibía yo en él huellas de deseo o de esperanza, o algún residuo de pesar. 

Su cinismo era manifiestamente incompleto. 

¡Qué decepción! 

Y proseguía siempre mi búsqueda y siempre mis ídolos del momento pecaban en algún aspecto: el hombre estaba presente en ellos, oculto, maquillado 
o escamoteado. 

Acabé por comprender el despotismo de la especie, 
y por no soñar más que con un no-hombre, con un monstruo que estuviese totalmente convencido de su nada. 

Era una locura concebirlo:
 no podía existir, 
ya que la lucidez absoluta es incompatible con la realidad de los órganos. 

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