Hay veces que resulta inquietante ponerse delante del teclado sin una idea preconcebida que podamos manosear, al querer darle la forma precisa
que llene los sentidos y nos deje entusiasmado de lo conseguido.
Cuando no se tiene nada que decir y nos dejamos llevar por lo que
va surgiendo según vamos escribiendo, es una buena forma,
quizás como otra cualquiera de conocernos un poquito mejor.
Es un ejercicio sincero, sin límites ni prescripciones, sin colores preparados, sin principio ni final, tan solo un arranque de espontaneidad tratando
de averiguar lo que esconde el subconsciente.
La adrenalina se activa, la curiosidad se dispara, el semblante se relaja,
la cabeza desagua ecos mal humorados, el corazón se queda plano
y tendemos a quedarnos satisfecho por la actividad descontrolada.
Al final, quizás, no hayamos roto moldes, ni siquiera contamos nada
con la suficiente coherencia, ni supondrá un reto que hayamos podido vencer, pero si es verdad que sacia nuestra realidad.
Cierta tranquilidad merodeara nuestras latitudes,
la soledad será más prudente, la sonrisa podrá estallar,
el cuenta cuentos que nos oprime conseguirá desaparecer
y la calma podremos por fin, restablecer.
¿O sera que solo me pasa a mi...?
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