Dame un punto de apoyo y moveré el mundo
(Arquímedes)
Pinché el tenedor en el huevo duro, y cuando hice palanca,
la Tierra comenzó a girar tan rápido que casi me caigo al suelo.
Pasamos del día a la noche en ciento veinte minutos,
de modo que en veinticuatro horas amaneció y se hizo de noche doce veces.
Nos movíamos como si estuviésemos en una película de DVD
y alguien hubiera accionado la velocidad rápida.
Lo que antes hacíamos en ocho horas, ahora éramos capaces de realizarlo en cuarenta minutos, con movimientos relámpago y voces aflautadas.
Durante una cena clavé el tenedor en el pan y el planeta frenó en seco.
Todo quedó congelado a mi alrededor, en modo “pausa”.
Saqué el tenedor de la baguette y, como si fuera un bate de béisbol,
golpeé una cebolla que flotaba en el aire a la altura de mis rodillas,
momento en el que el globo terráqueo comenzó a rotar al revés
muy, muy despacio.
El sol nacía por el oeste y se ponía por este lentamente.
Días y noches de ciento sesenta y ocho horas,
lo que antes equivalía a una semana.
Nuestros movimientos eran pesados, a cámara lenta,
y nuestras voces graves, como relentadas.
Tardábamos en acabar una frase casi una hora.
Poco a poco, la Tierra fue tomando de nuevo velocidad.
En cuatro meses, los días volvieron a tener veinticuatro horas
y regresamos al punto de inicio.
Yo miré un huevo duro, agarré el tenedor y le rompí la cáscara.
Cosas de la Física.
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