Esto del pensar suele sorprender en soledad y transcurrir en los silencios.
Uno se lleva puesto durante un tiempo y a veces encuentra repeticiones;
y hay que aprender a distinguir cuándo esas repeticiones suceden espontáneamente y cuándo las atraemos nosotros mismos,
las tomamos como frutos de las nostalgias o de otras cosas que nos acechan.
Pienso que sucede de todo.
Es curioso lo que se nos ocurre.
Por ejemplo.
Los estados de ánimo son como los sabores; pero, en vez de depender de las condiciones del gusto o el olfato en cada momento, ellos lo hacen
desde el estado del corazón.
Así que cuando vivimos un suceso, dependemos de la satisfacción o la amargura que guardamos en él.
Me gusta la idea.
Porque, independientemente del punto de bienestar que yo tenga,
vivir las mismas cosas -o saborear el mismo helado de chocolate-
desde distintas formas de percepción me proporciona una sensación
de variedad por dentro, como si al pensamiento le crecieran nuevas ramas
con rutas diferentes.
Pero compartir las ideas tiene su punto:
es como encontrar una ubicación satisfactoria a un mueble que trota
por la casa, aunque sea de modo provisional.
Provisional, ¡cómo me gusta esta palabra!
Durante muchos años me sentí de paso en cada sitio donde vivía.
Llegado un determinado momento, siempre he querido irme;
qué sensación más cálida.
A propósito de compartir.
Precisamente las repeticiones que se producen en la vida, de la inercia,
de la costumbre y de los problemas de la experiencia.
Porque la experiencia puede ser un arma de doble filo,
si no se revisa a diario.
Ya que he estudiado física, explico que me sentía distinto cada día, y que afrontaba las cosas desde ese punto de vista...
física cuántica, la variable soy Yo.
Y, entonces, salió a relucir la maravillosa incertidumbre, la evaluación contínua y la revisión de la experiencia, esas pequeñas cosas que tengo presentes en mis oraciones de reflexión diarias.
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