Si te adentras en la orilla a primera hora de la mañana
puede que salgas con los pies mojados.
La hierba alta no te dejará ver los charcos que se formaron tras las últimas lluvias y es fácil que en un instante sientas que el suelo ya no es suelo
y que por encima del empeine hay una masa blanda y húmeda
que se te va instalando en las medias.
Si te adentras en la orilla a primera hora de la mañana,
en uno de esos días que preceden a la Navidad,
es posible que la niebla no te deje ver los juncos que anuncian
que ya estás en él.
Puede que notes que la ladera deja de ser ladera para volverse
suave pendiente y es cuando escucharás que te rodea el silencio
y entonces, y sólo entonces, sabrás que ya has llegado.
Si te adentras en la orilla en un día en el que nadie iría para allá
es porque seguramente tienes una razón que sólo puedes contarle
a esas nubes bajas que se alimentan de la hierba y el barro,
de los juncos y las hojas muertas, de las mañanas que comienzan antes
de que salga el sol.
Si te adentras a la orilla... ten cuidado...
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