El universo es como es debido a las leyes y constantes físicas que lo gobiernan.
Se supone que estas especificidades son idénticas en todos los rincones de este vasto conglomerado de vacío y masas, aunque algunos teóricos especulan con que algunas constantes podrían en el fondo ser ligeramente diferentes dependiendo del lugar (o más bien del momento) del espacio-tiempo en el que nos encontrásemos.
Por ejemplo, según recientes mediciones realizadas por un observatorio sueco, la estructura fina (una constante adimensional compuesta por una combinación de la velocidad de la luz, la carga del electrón, la constante de Planck y la permisividad del vacío) podría variar de forma extraordinariamente pequeña al cabo de miles de millones de años.
A escala más cercana ¿cómo sería el sistema solar o nuestra vida si las constantes físicas sufrieran una pequeña variación respecto a los niveles que conocemos?
Solo podemos imaginarlo y de eso precisamente trata este artículo.
¿Y si la Tierra fuera cúbica?
Sería en realidad como seis mundos independientes, con seis océanos y atmósferas “faciales” no relacionadas entre sí.
En cada cara, la porción de océano y atmósfera correspondiente se agruparían por acción de la gravedad en el centro, formando una especie de “lente” oceánica rodeada de Tierra, englobada en otra “lente” atmosférica mayor.
Dos de las caras permanecerían siempre heladas (las de los polos) y eso del clima “global” pasaría a ser un concepto extravagante, ya que en realidad cada cara sería un compartimento estanco.
La vida solo sería posible en las zonas circulares que rodeasen a los mares y que quedasen bajo el amparo de la burbuja de aire.
De hecho, las atmósferas podrían ser muy diferentes entre sí (irrespirables para los organismos que vivieran en otras caras).
Una ventaja: las aristas del cubo quedarían permanentemente expuestas al espacio, por lo que los lanzamientos espaciales serían realmente económicos.
¿Y si el Sol fuera la mitad de grande?
Qué difícil sería ponerse moreno en un mundo así!
Como sabemos, la temperatura de una estrella
(así como su color y diámetro) depende principalmente de su masa.
Cuanto más grande es el astro, más caliente y azul.
Cuanto más pequeño, más frío y rojizo.
Resulta lógico pensar que si el Sol fuera la mitad de masivo de lo que es ahora, la vida tal y como la conocemos no habría resultado posible.
En nuestro Sistema Solar, la franja habitable circumestelar ha permitido que la Tierra (y tal vez también Marte) pudieran poseer masas de agua líquida.
En el escenario de un sol con la mitad de masa, pongamos una enana roja, dicha zona correspondería probablemente a Mercurio.
El agua en la Tierra se congelaría y nuestro mundo se convertiría
en un páramo helado.
No obstante, si alguna planta terrestre consiguiese esquivar el frío por congelación y vivir en tal entorno, tendría a nuestros ojos un aspecto próximo al negro, ya que necesitaría absorber el máximo de luz posible.
Pocas modificaciones podríamos hacer en la relación Tierra-Sol para
que las cosas siguieran siendo estables.
Por ejemplo, si el Sol fuera más joven, su luminosidad no se habría estabilizado; y si fuera más viejo, ya no resultaría suficientemente estable para ser la fuente de vida que es.
Si el Sol estuviera más cercano al centro
de la galaxia, la densidad y la radiación serían muy grandes;
si estuviera más lejos, no habría suficientes elementos pesados
y no se habrían formado planetas a su alrededor.
¿Y si no hubiera Luna?
Desde luego, el cielo nocturno sería mucho menos interesante
si ella no estuviera ahí.
La Luna es el satélite más próximo a su planeta.
Ha estado ahí desde hace miles de millones de años protegiéndonos
de incontables eventos de extinción, tal y como su superficie plagada
de cráteres atestigua.
Su presencia ha contribuido a estabilizar el eje de rotación terrestre
en los 23,5 grados.
De hecho, hay quien cree que Marte, cuyo eje rotacional sufre variaciones
de entre diez y veinticinco grados, no desarrolló vida –entre otras cosas–
por esta inestabilidad axial que produce enormes cambios climáticos
muy dañinos para la posibilidad de vida.
Y luego está el asunto de las mareas.
Si la Luna no existiese, nuestros mares se moverían levemente por la acción gravitatoria del Sol, pero los surfistas no habrían venido al mundo.
No conocemos el papel que las grandes mareas provocadas por la Luna han tenido en la evolución de la vida, pero no es despreciable pensar
que las grandes porciones de costa que se ven sumergidas y expuestas
de forma alterna fueron lugares propicios para el origen de la vida.
La influencia de la Luna en las corrientes oceánicas, auténtico sistema “sanguíneo” del planeta, es innegable.
Además, el efecto marea no se nota únicamente sobre el agua.
La corteza terrestre sufre leves dilataciones continuas cuando la Luna pasa sobre ellas, y la energía que resulta de este efecto contribuye a calentar
las aguas, agente climático crucial en la vida en la Tierra.
Por no hablar del efecto ralentizador que la Luna tiene en la velocidad
de rotación de la Tierra. Como da la casualidad de que la Luna se aleja
de nosotros, llegará un lejanísimo momento en que el día terrestre durará miles de horas.
Mientras tanto, demos gracias por la Luna, nuestra benefactora.
¿Y si la Tierra dejase de rotar?
Qué ocurriría si el movimiento de rotación
terrestre comenzara a reducirse drásticamente?
Nada bueno.
Una empresa de software llamada ESRI cuenta con un programa
de simulación geográfica con el que el geólogo Witold Fraczek
ha podido simular esta contingencia.
Como Witold no es muy cruel, no ha imaginado que la Tierra
se detuviese de golpe, lo que habría hecho que saliésemos despedidos
por la inercia, ya que en el Ecuador la superficie terrestre
se mueve a 1700 km/h, sino que con su software ha ido deteniendo
la rotación poco a poco.
Lo que observó, aparte de la obviedad de que el día en la Tierra dejaría
de durar 24 horas, es que, al desaparecer la fuerza centrífuga
, el centro de masa de nuestro planeta variaría,
y la nueva distribución de la gravedad alteraría
el equilibrio de los océanos.
Así, el agua iría moviéndose paulatinamente hacia los polos,
creando una especie de continente “Pangea” alrededor del Ecuador,
con dos grandes océanos polares por encima y debajo de él.
La tierra firme sería un gran cinturón continental.
¿Y si viviésemos en una estrella de neutrones?
El escritor de ciencia ficción Robert Forward ideó en su saga de novelas
dedicadas a los Cheela un mundo que orbitaba a una estrella de neutrones
y las consecuencias de vivir cerca de un mundo superdenso.
Para hacerse una idea de lo enormemente pesados que son estos
remanentes de supernovas, normalmente se habla de lo que pesaría en la
Tierra una cucharada de su material nuclear.
Si tomásemos la famosa cucharada en la superficie de la estrella de
neutrones, pesaría mil millones de toneladas (para hacerte una idea, un
superpetrolero a plena carga puede pesar unas 650.000 toneladas).
Pero si la cucharada la tomásemos del interior de la estrella de neutrones,
allá donde estos están más compactados, su carga pesaría 10 veces más.
Obviamente, para poder soportar un campo gravitatorio 10.000 millones
de veces más potente que el terrestre, los Cheelas tenían un tamaño
minúsculo (el de un grano de sésamo), aunque pesaban más o menos
lo mismo que un humano. Tendrían que vivir sobre la propia estrella.
En la novela, en unas
pocas horas de tiempo humano los Cheelas experimentan el paso de
varias generaciones.
¿Y si viviésemos en un mundo en 2 dimensiones?
Stephen Hawking imaginó un mundo en dos dimensiones.
En esta especie de Planilandia, sus hipotéticos habitantes podrían
moverse por la superficie de la tierra, pero no podrían experimentar
la tercera dirección (arriba o abajo).
No conocerían la superficie plana del espacio en el que su
Planilandia se movería.
Para ellos, el espacio sería curvo y la
geometría no sería euclidiana (tridimensional).
Estas rarísimas criaturas no podrían contar con un sistema
digestivo completo, ya que
un conducto que uniese sus bocas con sus esfínteres las partiría
en dos pedazos.
Eso las condenaría a usar el mismo orificio para
las entradas y las salidas.
Nunca podrían darse la vuelta para
verse las caras, así que la única opción para volver a verse sería
que uno de los dos hiciese la vertical.
Y si la Tierra muriera geológicamente?
El núcleo, esa bola de magma incandescente que actúa como
una dinamo generando el campo magnético terrestre, obtiene su
calor por descomposición de isótopos radioactivos.
Como cualquier pila nuclear, llegará un día en que se enfríe.
Lo primero y más evidente es que el vulcanismo se acabaría:
se dejarían de generar minerales, y además, acabaría el ciclo
de regeneración del agua, ya que buena parte del líquido
elemento vuelve a circular desde los acuíferos a través
de los afloramientos termales suboceánicos.
La magnetosfera probablemente desaparecería y nos privaría
de nuestra principal defensa contra la radiación solar.
El viento solar (sin barrera protectora ya) iría arrebatándonos
lentamente la atmósfera, haciéndola cada vez menos densa.
¡Adiós al mito de Shangri-la!
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