lunes, 2 de enero de 2012

Una estrella que no existió... La Estrella de Belén.


Llegadas estas fechas los medios de comunicación desempolvan la agenda navideña en busca de algún astrónomo que le diga unas cuantas palabras sobre la explicación astronómica de la estrella que guió a los Reyes Magos
 al portal de Belén.

 Y, como todos los años, aparecen las mismas “explicaciones”:
 que si un cometa, que si una nova (la de febrero del 5 a. C. tiene bastante predicamento), que una conjunción de planetas (como la de Júpiter y Saturno del 7 a. C. en la constelación de Piscis) o la doble ocultación de Júpiter
 por la Luna en 6 a. C. en Aries.

 Y si el periodista quiere un poco de polémica solo tiene que llamar a un ufólogo para que le diga que fue una nave extraterrestre.

Pues bien, se puede decir más alto pero no más claro: 
la estrella de Belén no existió, es una invención de Mateo,
 el único evangelista canónico que la menciona. 

Marcos, el más antiguo de los cuatro evangelios, pasa del tema y empieza
 su relato con Jesús como discípulo de Juan el Bautista.

 De hecho, no menciona nada de la infancia de Jesús, al igual que Juan. 

Los primeros años de la vida del fundador del cristianismo únicamente
 le interesan a Mateo y Lucas, y ambos son contradictorios hasta tal punto que son irreconciliables salvo en la mente de los cristianos 
más fundamentalistas.

Mateo dice que Jesús nació en Belén de Judea, en su casa.

 Nada de cuevas, pesebres y pastores como Lucas. 
Pero como debe justificar que la famlia acabara viviendo en Nazaret, 
hace viajar a la familia por el desierto -huyendo nada menos que a Egipto- 
por miedo a Herodes y siguendo las instrucciones de un ángel guardaespaldas. 

El pobre debe multiplicar su trabajo pues debe avisar en sueños a los magos que adoraron al niño que eviten regresar al castillo de Herodes y comunicarle la posición exacta del infante. 

Entonces éste se enrrabieta y manda asesinar a todos los niños menores 
de dos años.

 Mientras, Mateo lanza a dos padres con un niño de menos de dos años
 a cruzar el durísimo desierto del Sinaí como quien pasea por una huerta. 

Ahí es nada. 

A la muerte de Herodes deciden regresar e instalarse en Nazaret, en Galilea.

 ¿Por qué no vuelven a su casa en Belén? 

Porque el hijo de Herodes, Arquelao, reinaba en Judea
 y “tuvo miedo de ir allá”. 

Eso sí, José no tuvo miedo de instalarse en Galilea,
 gobernada por otro hijo de Herodes, Herodes Antipas, 
y futuro asesino de Juan el Bautista.

Ya ven, la historia de Mateo lo tiene todo:
 fenómenos sobrenaturales, misteriosos personajes orientales,
 crueles matanzas, persecuciones y huídas…

Pero Lucas no tiene tiempo para tanta creatividad. 
Según él la familia vive en Nazaret y viaja a Belén a causa de un insensato censo romano que obliga a sus ciudadanos a registrarse en su ciudad 
de nacimiento y no en la de residencia.

 ¿Se imaginan a los judíos de la diáspora cruzando todo el Mediterráneo
 para censarse en su ciudad de origen?. 

Y a José no se le ocurre mejor momento para echarse al camino 
y viajar 130 km bajo la amenaza de ladrones y salteadores que cuando
 su mujer está a punto de parir.

 Debemos comprenderlo: el emperador romano tenía prisa por hacer un censo que normalmente toma años.

Y lo mejor es que en Belén, una población cercana a Jerusalén 
y que cuenta con multitud de posadas dedicadas a albergar a los miles 
de judíos que bajan cada año a la ciudad santa para celebrar la Pascua, 
están todas al completo.

Por cierto, en la leyenda lucana se obvia un pequeño detalle, casi sin importancia: José no tenía por qué salir de su casa en Nazaret porque un censo de César no tenía aplicación en la Galilea gobernada
 por el tetrarca Herodes Antipas.

En resumen: 

los llamados relatos de la infancia del Nuevo Testamento no son más que creaciones artísticas salidas de la pluma de sus autores, y ya se sabe que la imaginación es libre y el papel aguanta lo que escribas. 

Lo único seguro es lo que los evangelistas tratan de evitar decir en todo momento: que Jesús nació en Nazaret, no en Belén.

Ante semejante despliegue de pirotecnia narrativa, ¿cómo es que aún le damos vueltas a lo de la estrella guiando a unos magos-astrólogos?

 Porque sería bueno que alguien explicara cómo  cualquiera de los fenómenos astronómicos propuestos pudo hacer lo escrito por Mateo: 

“Y la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el niño”. 

Ningún fenómeno astronómico es capaz de aparecer en el cielo, 
dedicarse a guiar a unas personas a paso de camello y, encima, pararse 
sobre una casa -recordemos que, según Mateo, 
Jesús nació en su casa no en una cuadra- por tiempo indefinido.

Salvo que pensemos en una nave extraterrestre, claro.

Para algunos astrónomos la cosa es fácil: solo hay que empezar a interpretar y quitarle las características que molestan y poner otras más consonantes
 a nuestra idea. 

Utilizando esa misma técnica podemos afirmar convencidos que Arturo era la reina Ginebra: si le quitamos la barba, la armadura y el pene y le añadimos atributos femeninos…

 Cualquier explicación astronómica que quiera darse es tan alocada 
como la de los fundamentalistas cristianos, que dicen que fue 
una luz “temporal y sobrenatural”.

Pues ninguno de los dos. 

La estrella de Belén fue un invento de Mateo.

Por supuesto, todo esto no quita que creyentes y no creyentes celebren estos bonitos cuentos que forman parte de nuestro folclore social y disfruten
 de una feliz Navidad… o fiestas del solsticio, según se mire.

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