Hay dos momentos puntuales en la vida que son cruciales.
El primero es cuando, de pronto, en una situación imprevista,
sabes que algo falta por hacer todavía.
Tu destino está por cumplir, no ha finalizado, entre tus manos existe
una porción de tiempo que está por llenar.
El segundo, es cuando sabes que todo está ya cumplido,
has hecho aquello para lo que habías venido a este mundo.
Tanto la primera situación como la segunda, son trascendentes.
La primera acostumbra a surgir cuando ya se deja atrás la madurez
y se es consciente del principio de la vejez, entonces la pregunta se presenta insidiosa ¿qué me falta por hacer?
Generalmente no se encuentra la respuesta y la conclusión es que se debe dejar a la propia vida que aclare la situación.
Después, todo se olvida.
Los sucesos, los proyectos, todos los asuntos que forman la trama diaria, absorben la atención y la pregunta insidiosa, pasa a segundo plano
o se olvida.
La segunda situación es esencial porque es aquella con la cual se siente
uno realizado.
Pasan los años, un día, recapacitas, analizas los acontecimientos ocurridos y, de pronto, la serenidad, la paz, se adueñan de nuestra mente.
Ya está cumplido, se ha hecho, la misión está concluida.
Se logró.
La valija, tu equipaje, cambió las herramientas por el diploma final.
Lo has conseguido.
Es difícil explicar por qué se siente esta satisfacción y seguridad de cumplimiento pero, ahí está, es compacta, ocupa un lugar,
lo vive uno mismo, nadie más.
Es inexplicable, no hay razonamientos para exponerlo, pero tiene cuerpo,
la sensación es clara, contundente.
Ha finalizado tu misión, ahora, lo que venga a ti, será un regalo del universo.
Deberás de agradecer cada segundo de vida que se presente.
Lo lamentable es que esta percepción se descubre cuando la ancianidad
ha ocupado su lugar en tu persona.
Es tiempo de hacer Inventario Final, sin embargo,
no deja de ser gratificante.–
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