martes, 27 de marzo de 2012

Pedro Navaja...



La calle sabe a sal y los adoquines húmedos relucen a la luz del único farol que la medio ilumina.
 No es calle demasiado larga pero si demasiado silenciosa y estrecha. 
 El mejor atajo para llegar al embarcadero. 
Cala el sombrero y con las manos en los bolsillos del gabán comienza
 a adentrarse por las sombras. 
Para peor espina de la que ya carga, cruza miradas con un gato negro
 que le observa altanero desde una ventana  enrejada 
y llena de geranios marchitos.  
Maldice al resbalar sobre el suelo mojado y mientras intenta conservar 
el equilibrio apoyando la mano en la pared desconchada, resuenan unos pasos recortados allí donde hace nada estuvieron los suyos.
 No va a volverse, no hace falta, no es su noche, o quizás sí lo sea. 
Escupe al suelo y suelta una sonrisa amarga... y sin diente de oro.


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