jueves, 22 de marzo de 2012

Resfrío... Gas...Lectura... Causa-Efecto... una sumatoria explosiva.



Tengo una alergia terrible que mantiene mi nariz taponada
y mi sentido del olfato inútil. 

Ah, y me gusta mucho leer. 
Un cocktail  peligroso, ¿qué no?

 Anoche me preparo un té respetando escrupulosamente la nimia cantidad de calorías diarias que indica el sobre.

 Como tengo la nariz taponada no me doy cuenta que, cuando retiro la tetera, me dejo el gas encendido.

 Abro mi libro mientras me siento cómodamente en el sofá. 
Estoy leyendo la interesante teoría de N-Bramas en Campos Toroidales

Leer algo tan magnífico me provoca un espacio ajeno de todo.
Así que música y un sahumerio de sándalo.

 Mi explosión me agarró leyendo una teoría… 
quizá esto haga que San Pedro me deje entrar en el cielo.

¿Cuál fue la causa de la explosión?

 La respuesta más habitual sería apelar al gas y al cigarro encendido.
 Pero si pensamos un poquito más encontramos múltiples causas:
 si yo no hubiera tenido alergia habría podido oler el gas y quizá lo habría apagado a tiempo, por lo que la alergia también sería una causa;
 si no estuviera resfriado no me hubiera hecho un té y quizá habría comido un helado; y si no me gustara leer, en vez de sentarme en el sofá y encenderme un sahumerio, quizá hubiera salido a dar una vuelta por la costanera y nada de este trágico suceso habría ocurrido. 

Es más, rizando el rizo, podríamos decir que la causa es la teoría de N-Bramas  y su autor Rochetercih, ya que si no lo hubiera hecho, quizá no me habría puesto a leer y no habría encendido el sahumerio… 

¡Rochetercih es el culpable de la explosión! ¡Lo sabía!

Pero ¿cómo poner orden? 

Podemos pensar la causalidad en términos de necesidad y suficiencia. 

Podemos pensar que cada una de las causas que hemos expuesto
 son necesarias (sin ellas no se daría el efecto) pero no son suficientes (ninguna de ellas por sí sola podría causar el efecto).

 Si encontráramos una causa suficiente y necesaria esa sería la causa
 más poderosa y parecería lícito hablar de ella como de la auténtica causa. 

Pero aquí radica el problema: 

¿existe alguna causa suficiente y necesaria?

 No, para cualquier efecto se dan un montón de causas necesarias
 pero insuficientes… 

El mundo parece una enorme red de relaciones causales en la que todas ellas conspiran para que se dé cada efecto. 

De algún modo que alguien mueva un dedo en Kinshasa puede ser causa de que mi casa salte por los aires.

 El problema se complica muchísimo: cualquier cosa que haya ocurrido 
con anterioridad en el tiempo podría ser causa de cualquier efecto presente… 

¡Hay que concretar!


Hume entendió la causalidad en términos de proximidad espacio-temporal, prioridad y unión constante: algo era causa de un efecto si ocurría en un tiempo y un espacio cercanos al efecto, antes del efecto y solía darse constantemente junto a él. 
Demasiado simple: si mi mujer se acostó con otro hace cinco años en Brasil y yo me entero hoy y la dejo, la causa de la ruptura (la infidelidad) ocurrió en un tiempo y en un espacio lejanos (Brasil, hace cinco años).
 O pensemos en una bola de billar que cae sobre un almohadón, deformándolo. 
La causa de la deformación es la bola cayendo, pero aquí,
 la causa no sucede antes del efecto, sino a la vez, ya que, además,
 la deformación del almohadón es causa de que la bola desacelere su velocidad 
de caída (se da retrocausalidad, suceso que quizá ocurra en todo fenómeno causal, lo cual complica aún más, si cabe, el problema: la causa ocurre después del efecto… 


¡El futuro interviene en el pasado!).


 Parece que la cercanía, lejanía o prioridad espacio-temporales no son propiedades claramente definitorias de la causalidad.


 O, y para desmontar la última característica de Hume,

 de cualquier fenómeno causal que sólo ocurriera una vez no podríamos 

decir que fuera realmente causal, ya que en él no habría unión constante 

(otra cuestión interesante: 

¿es posible que exista un fenómeno tal que en su naturaleza 

esté sólo ocurrir una vez?


 ¿O todo lo que existe es esencialmente repetible?. 


Dicho de otro modo: correlación no implica causalidad.

Otra salida, muy popular hoy en día, es sostener que definir una causa
 de un acontecimiento es algo puramente convencional, un acuerdo entre
 los individuos en función de lo que la praxis lingüística indique 
en ese momento. 

Por ejemplo, en el hundimiento del Costa Concordia, 
teniendo una sociedad que busca ansiosa y obsesivamente culpables
de cualquier desastre, la causa fue la negligencia y cobardía del capitán.

 Seguramente, en la sociedad europea del medioevo o en el Egipto faraónico, las causas hubieran sido de índole celestial. 

El contexto cultural define las reglas que rigen los distintos juegos
 del lenguaje, y definir la causa de un efecto no deja de
 ser otro juego reglamentado.

La visión opuesta, digamos “realista”, diría que el vínculo que se da entre
 la causa y el efecto no es algo ficticio como pensaría Hume, sino que es real.

 Hay algo que se transmite de la causa al efecto pero, ¿qué es?

 Recurriendo a la física, energía y/o momentum. 


 ¿Podríamos reducir toda explicación causal a explicación física?


 Como siempre, la realidad parece resistirse mucho a ello.






Una pequeña historia para entender algo más de FÍSICA

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