viernes, 23 de marzo de 2012

sobre la muerte y resurrección de Dios.


Muerte

A fines del s XIX, Friedrich Nietzsche decretó: “Dios ha muerto”.
 Esta afirmación, contra lo que muchos puedan creer, no era para él una buena noticia*: el hombre había quedado sólo en el universo. 
Con ese Dios, que el hombre había construido a su imagen y semejanza
 y no a la inversa, se había perdido la única posibilidad de determinar 
un absoluto desde el que fuese posible regular el comportamiento moral. 
Y esto implicaba algo incluso más terrible: ya no había un sentido de ser 
de las cosas, ni una finalidad para nuestra existencia.
 Y Nietzsche, como todos los hombres, sabía que era imposible existir sin 
un principio regulador; en fin: sin una razón para vivir.
 Su respuesta ante este problema, al parecer insoluble, fue sorprendente:
 el hombre debía ser su propio Dios y asumir la responsabilidad 
sobre su existencia.
 Nacía así el superhombre, que sería capaz de elegir cuál sería el sentido
 que le daría a su vida, sentido desde el que construiría su propia moral.


Resurrección

A principios del s XX y, siguiendo en parte los pasos del filósofo alemán, Miguel de Unamuno afirmó que ningún hombre podía aceptar la idea de morir del todo. Nietzsche podría decirnos que Unamuno no había hecho más que elegir un “sentido provisorio” para su existencia, pero lo cierto es que
 la afirmación de Unamuno pretendía tener un carácter universal. 
La elección era, posiblemente, arbitraria, pero venía a subsanar el dolor esencial de nuestra existencia.
 Nuestra vida no era intolerable porque 
se hubiera perdido un principio regulador, sino porque se había perdido
 a Dios en tanto generador de inmortalidad. 
No otra cosa es Dios, porque, si bien lo vemos, el premio de nuestro comportamiento moral en esta vida es, en toda religión,
 una vida futura inmortal. 
Todo hombre cree, incluso muchos ateos, que algo de nosotros 
(el alma o lo que fuera) sobrevive a la muerte de la carne. 
Y el que no lo cree, precisamente por no creerlo y aunque lo niegue,
 lo desea con una pasión incontenible.
 Ahí estaba para declararlo, una y mil veces citado, Baruch Spinoza:
 "todo ser persevera en su ser", lo que significa, entre otras cosas, que todo
 lo vivo quiere seguir estando vivo.
 Y el hombre sabe que morirá y ese conocimiento, según nos revela Spinoza 
y nuestro sentido común, es uno con el deseo conciente o inconciente 
de seguir viviendo.
 Para solucionar este nuevo problema, el de la falta de inmortalidad, 
Unamuno resucitó al muerto.
 Salvo que, como buen superhombre que era, no se conformó con recuperar
 al Dios de las escrituras, sino que creó un Dios a su imagen y semejanza,
 uno que le venía "de perillas".     

Paradigmas

Durante mucho tiempo creí, junto con muchos otros hombres, 
que con Nietzsche había caído un paradigma de razonamiento, 
por el cual el hombre se permitía pensar un mundo sin Dios. 
Pero lo cierto es que la idea de un Dios es indisoluble
 con la de la inmortalidad. 
Dios no es otra cosa sino un dador de inmortalidad, 
de modo que nada más se podría hablar de un nuevo paradigma si Dios muriese del todo, es decir, si aceptasemos que, junto con Él, 
deberíamos renunciar también a la idea de que algo de nosotros perdure
 tras la muerte. 

Ser ateo y creer que trascendemos nuestra vida física constituye, 
en fin, una contradicción en términos.

Afirmación caprichosa (?)*** 

Detrás de esta aceptación de la muerte física como aniquilación absoluto y definitivo del individuo como tal, nada más queda un camino** para el hombre o, si se quiere, para el superhombre: el camino de la Atanatosofía, que es, al fin de cuentas, una síntesis entre ámbos pensamientos. 

Síntesis, porque es en el afán de inmortalidad donde mejor se encuentra expresada la voluntad de poder y porque este afán no es dejado en manos de ninguna fuerza extraña, humana o divina. 

Anhelar la inmortalidad y perseguirla por todas las vías, racionales e irracionales, pero no rendirse nunca ante lo que se nos aparece como inevitable, se aparece como gesto fatal ante la existencia. 

Todo lo demás (incluido el estoicismo; principalmente, el estoicismo) es, 
en palabras de Unamuno: “escamoteo de profesional de la filosofía”
 o jactancia de resignado o de cínico.
_______________

*Ni buena, ni mala; era, simplemente, la verdad y, 
como tal, tenía que ser asumida.
**Un camino nada más, porque la resignación, presupone no asumir la vida.
***Curiosamente, si hubiera escrito "volitiva" en vez de caprichosa. 
¿En qué cambiaría?

No hay comentarios: