Decía Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote:
“Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”.
Si hiciésemos una encuesta sobre qué es lo que define tu individualidad desde el punto de vista biológico una respuesta probablemente mayoritaria entre las personas cultas podría ser “mi genoma y su expresión regulada por el ambiente” y estaríamos en los términos expresados
por Ortega en otro contexto.
Pero ¿realmente la información genética que me define está sólo en mi genoma humano?
Puede que esta visión sea demasiado simplista.
Un cuerpo humano realmente es un ecosistema en el que los microorganismos sobrepasan en número a las células humanas por un factor
al menos de 10 a 1.
Desde el punto de vista genético los números son aún más abrumadores:
se estima que por cada gen humano hay 100 microbianos asociados
a nuestro cuerpo.
Cuando se consideran en conjunto todos estos microorganismos, se les conoce como el microbioma humano.
Yo, por tanto, soy yo y mi microbioma.
En los últimos años muchos avances en la investigación, especialmente
la metagenómica, están permitiendo aumentar nuestro conocimiento
del microbioma.
El objetivo último de mucha de esta investigación es descubrir cómo
se relacionan las alteraciones en éste con enfermedades tan dispares como por ejemplo el asma y la obesidad, e incluso con la ansiedad, la depresión
y el autismo.
Estos hallazgos pueden tener implicaciones que trascienden las puramente biológicas o médicas; habrá quien las llame filosóficas, e incluyen consideraciones éticas pues afectan a lo que concebimos como
“ser humano” y “persona” y a sus derechos.
Übermenschen
Si somos “información hereditaria + ambiente”, nuestra idea intuitiva
es colocar al microbioma claramente en el segundo sumando.
Sin embargo, una premisa fundamental de muchos investigadores
del microbioma es que el genoma humano coevolucionó con los genomas
de un número incontable de especies.
Si el microbioma, a nivel de especie, coevolucionó con el genoma humano
y, a nivel individual, es un componente único y permanente de la identidad biológica, entonces el microbioma debería ser considerado más como
una parte de la “información hereditaria” que del “ambiente”.
Hay personas e instituciones que claman contra la manipulación genética
de los seres humanos, esto es, contra la introducción de modificaciones
en la información hereditaria que pudiesen ser pasadas a la descendencia, para las que la salvaguarda de una definición de hombre propia
de la institución es la prioridad.
En cuanto a la terapia génica, la Instrucción considera lícitas la intervención sobre células somáticas. No así en las células germinales en cuanto pueden variar el código genético de los descendientes arbitrariamente (n. 26).
Respecto de la mención a las “finalidades aplicativas distintas del objetivo terapéutico” (n. 27), se refiere al uso de esta ingeniería genética para mejorar la raza o algunas cualidades somáticas como podría ser el tamaño del cerebro, la memoria, etc., que considera inmoral por ser “el intento de crear un nuevo tipo de hombre”.
Pero hay algo que no han considerado:
¿qué ocurre si realizamos cambios permanentes en el microbioma de recién nacidos o niños pequeños?
¿Y si esos cambios pueden transmitirse a la descendencia?
Alteramos nuestra mezcla de genomas microbianos continuamente,
ya sea por nuestra exposición a entornos diferentes o por cambios en nuestra dieta y, de forma significativa, cada vez que tomamos antibióticos.
No se sabe en la actualidad hasta qué punto son permanentes estos cambios en el microbioma.
No hay duda de que muchos cambios son temporales, tras los que
el microbioma retorna a un estado bastante estable.
Sin embargo, no está claro hasta qué punto el microbioma es estable
a lo largo de la vida de una persona.
Cada vez parece haber más consenso en que existe un momento crítico
en los primeros años de vida en el que el microbioma se desarrolla inicialmente y gana un cierto grado de estabilidad.
Los recién nacidos salen del entorno estéril del útero y son inmediatamente colonizados por los microbios del entorno del bebé, empezando por los que pueblan el canal del parto o, en el caso de nacimiento por cesárea, la piel de la madre, lo que constituyen dos poblaciones microbianas muy diferentes.
Sería, por tanto posible que, comenzando por la forma de nacimiento, la exposición o no en la primera infancia a ciertas comunidades microbianas pudiese ser importante para la salud futura.
El desarrollo de asma, alergias y afecciones respiratorias en general podrían estar relacionadas con las condiciones de higiene en la infancia y, significativamente, con el abuso de antibióticos.
Si se confirmase que el microbioma adulto es relativamente estable, las manipulaciones microbiómicas durante la primera infancia podrían usarse para diseñar cambios permanentes que acompañarán al niño durante su vida. Existiría por tanto la posibilidad de que el microbioma del niño fuese “programable” para una salud óptima u otros rasgos que podrían interpretarse como “un nuevo tipo de hombre”.
Gran Hermano
Pero la estabilidad en el tiempo del microbioma individual también tiene otros usos. Por ejemplo, como el ADN humano es un identificador biunívoco de una persona, es decir, una persona sólo tiene un ADN y viceversa, existen muchas salvaguardas para asegurarse de que los datos genéticos son confidenciales. Imagínate que eres una compañía de seguros y que tienes acceso a los datos genéticos de tus clientes, podrías diseñar tus tarifas en función de los riesgos promediados de contraer ciertas enfermedades que se pueden deducir de esa información (como ejemplo de este tipo de datos, el libro A Life Decoded, de Craig Venter). Estos datos genéticos podrían obtenerse fraudulentamente de los recogidos en investigación médica o clínica.
Un acceso incluso más fácil lo tendrían las fuerzas de seguridad.
Con todo es complejo tener acceso.
Pero, si como algunos estudios han sugerido ya, el microbioma individual también es un identificador biunívoco, muchas de estas dificultades simplemente se evaporan si no existe una legislación ad hoc.
Si el ADN parece el ideal para un cuerpo policial, el microbioma es, además,
el sueño de un espía. Efectivamente, el ADN microbiómico podría contener mucha más información que el ADN humano acerca de la persona de interés. Así podríamos encontrar datos en su firma microbiómica sobre su país de origen o la presencia en un determinado lugar (si se detectan microbios característicos del suelo o el agua, por ejemplo) [los datos podrían cruzarse con un análisis isotópico, pero esto ya es otro tema].
Démonos cuenta del agujero legal por el que empresas y compañías podrían obtener fácilmente información muy sensible sobre nosotros.
De momento, buena parte de lo que antecede es hipotético.
Solamente tenemos indicios de que ello podría ser así, de que el microbioma es estable e individual. Pero si estos primeros indicios se confirman tenemos consecuencias éticas que prever y reflexiones que hacer sobre la exposición de los niños a antibióticos y probióticos.
Referencias:
Hawkins, AK & O’Doherty, KC “Who owns your poop?": insights regarding the intersection of human microbiome research and the ELSI aspects of biobanking and related studies BMC Medical Genomics 2011, 4:72
Experientia Docet
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