El día que Él consiguió escapar del manicomio no imaginaba lo cerca que estaba de cambiar su vida.
Tras despistar a los guardias, se dirigió al único parque de la ciudad
en el que no habitaban esos leones turquesas
que todo el mundo parecía ignorar.
A esas horas esperaba encontrar el lugar completamente vacío,
pero sentada sobre el charco más grande estaba Ella,
una loca a la que todavía no habían encerrado.
Él se acercó andando hacia atrás (para despistar en el caso de que alguien
le siguiese), y dijo dando vueltas sobre si mismo:
- ¿No te parece irónico que el tres odie el rojo?
- Los cactus, en realidad, son de una goma muy dura – contestó ella.
Por supuesto, tras aquella conversación quedaron perdidamente enamorados. Desde esa misma noche desaparecieron por completo de la faz de la Tierra y nadie volvió a saber de ellos.
Pero ¿a quién le importa?
Al fin y al cabo, sólo eran dos locos.