Cae la neblina y a la urbe le madruga polución hostil y más que cruel te ignora a ti en la salida o entrada de la puerta de incendios con el vello de la pelvis asomando tan abajo los vaqueros que ya ni importa.
La acera le calcula unos treinta pero sus ojos vacíos crónicos sin edad le dicen a quien mira escuchando que se han muerto y son cadáveres deambulando sin plegarias sin exequias sin flores y sin metros bajo tierra ni epitafios.
La Tierra soporta las alzas hacia el cielo el hormigón de sus celdas de abejas derrocando a la reina ebria sin noche.
Arriba cupido sonrosado y distraído te da la espalda las alas con la punta
de su flecha reniegan de tu diana sólo te sonríe la efigie volátil que te revende y te baja a un callejón al que nunca más bautiza tu destino.