Para que todo encaje, para encontrar el orden perfecto, aunaron maña y fuerza, aquella mañana cargada de un gris plomizo, en la que una pieza díscola del puzle de la vida se desprendió, en un claro intento de rebeldía. Gabriela subida al octavo peldaño de la gran escalera, empujaba con fuerza, mientras Román dirigía esta labor de titanes.
Julia y Manuel habían amarrado la pieza con una cuerda trenzada de sueños e ilusiones y haciéndola pasar a través de la polea que la paciencia apuntaló en la bóveda del cielo, tiraron con fuerza hasta
encajarla en el lugar exacto.
A lo lejos un árbol inerte dibuja un paisaje que rezuma esperanza,
mientras las horas se precipitan hasta alcanzar un nuevo horizonte.
Un horizonte en tonos blancos.