Tantas veces se había fantaseado con ideas catastrofistas sobre el final del mundo!.
No fueron necesarias guerras nucleares, ni meteoritos o asteroides, ni violentos volcanes o terremotos. La naturaleza tuvo una forma sutil y sublime de eliminarnos y salvarse antes de que acabáramos con ella.
No fue el VIH como algunos llegaron a pensar cuando apareció en los años 80.
No fueron necesarias guerras nucleares, ni meteoritos o asteroides, ni violentos volcanes o terremotos. La naturaleza tuvo una forma sutil y sublime de eliminarnos y salvarse antes de que acabáramos con ella.
No fue el VIH como algunos llegaron a pensar cuando apareció en los años 80.
Fue el VEH. Virus de la esterilidad humana, treinta años después comenzó el principio del final. Y así ocurrió:
Empezó a llamarles la atención. Las mujeres, cuando hablaban entre ellas, ya habían intuido el problema. "No logro quedarme embarazada", decía angustiada cada mujer deseosa de ser madre a sus amigas. "Igual me está ocurriendo a mi", respondía cada una de las que trataban de tener hijos. Sin embargo, a nadie pasaba entonces por la mente que el problema era global. Hasta que empezó a ser comentario general y pronto se hizo notorio en las estadísticas. Algo estaba ocurriendo, pero no había una investigación médica concluyente que pudiera justificar lo que ya era un hecho.
No tardó mucho en aparecer. Los científicos no podían dar crédito a sus ojos cuando lo vieron bajo el microscopio. Un auténtico devorador de espermatozoides y de óvulos estaba ahí ante ellos, con sus pequeños 50 nanómetros parecía desafiar a todos los que lo observaban, parecía decir "estáis acabados", y su estructura se asemejaba a una microscópica y burlona sonrisa esférica.
La enfermedad era incurable, no dañaba a las personas que la padecían, pero se propagaba de forma exponencial, utilizaba cualquier medio para contagiar: el agua,
Empezó a llamarles la atención. Las mujeres, cuando hablaban entre ellas, ya habían intuido el problema. "No logro quedarme embarazada", decía angustiada cada mujer deseosa de ser madre a sus amigas. "Igual me está ocurriendo a mi", respondía cada una de las que trataban de tener hijos. Sin embargo, a nadie pasaba entonces por la mente que el problema era global. Hasta que empezó a ser comentario general y pronto se hizo notorio en las estadísticas. Algo estaba ocurriendo, pero no había una investigación médica concluyente que pudiera justificar lo que ya era un hecho.
No tardó mucho en aparecer. Los científicos no podían dar crédito a sus ojos cuando lo vieron bajo el microscopio. Un auténtico devorador de espermatozoides y de óvulos estaba ahí ante ellos, con sus pequeños 50 nanómetros parecía desafiar a todos los que lo observaban, parecía decir "estáis acabados", y su estructura se asemejaba a una microscópica y burlona sonrisa esférica.
La enfermedad era incurable, no dañaba a las personas que la padecían, pero se propagaba de forma exponencial, utilizaba cualquier medio para contagiar: el agua,
el aire, los alimentos. La vida se hizo tóxica para la propia vida.
Los bancos de esperma y de óvulos funcionaron durante un tiempo, pero era imposible contrarrestar los efectos del virus. Las madres no podían gestar, ni aún óvulos fertilizados. Las consecuencias no se hicieron esperar más que unos meses.
En las calles dejaron de pasear cochecitos de bebé, dejaron de haber sonrisas y llantos
Los bancos de esperma y de óvulos funcionaron durante un tiempo, pero era imposible contrarrestar los efectos del virus. Las madres no podían gestar, ni aún óvulos fertilizados. Las consecuencias no se hicieron esperar más que unos meses.
En las calles dejaron de pasear cochecitos de bebé, dejaron de haber sonrisas y llantos
de niños. Y más tarde desaparecieron también los adolescentes y los más jóvenes.
La humanidad envejecía y no había relevo posible.
La juventud se convirtió en algo excepcional, y luego... luego fuimos teniendo problemas para recibir atención sanitaria, para alimentarnos, para subsistir. Se dejó de producir, de vender, de comprar, de consumir. Poco a poco se iba dejando de vivir.
Yo fui uno de los últimos miles de niños que pudieron nacer.
La juventud se convirtió en algo excepcional, y luego... luego fuimos teniendo problemas para recibir atención sanitaria, para alimentarnos, para subsistir. Se dejó de producir, de vender, de comprar, de consumir. Poco a poco se iba dejando de vivir.
Yo fui uno de los últimos miles de niños que pudieron nacer.
Escribo esto a mis 110 años, con la seguridad de que somos pocos los que quedamos,
no sé cuántos, hace tiempo desaparecieron las noticias y la información, hace tiempo
que ha desaparecido casi todo. No creo que alguien lea alguna vez lo que escribo,
lo grabaré en soporte digital.
Quizá dentro de miles de años, en alguna excavación arqueológica,
alguien sepa por qué dejamos de existir... con la merienda en el parque.