
Adám se desplaza con dificultad entre las ruinas de la ciudad. Hasta ahora no ha encontrado a nadie vivo, pero tampoco ha visto muertos. En un enorme caserón ha vislumbrado la escurridiza presencia de unos seres pequeños, fosforescentes que se mueven como si trataran de involucrarlo en una especie de juego de escondidas. Las apariciones y desapariciones lo hacen tropezar con montañas de escombros, pero al cabo de un rato se olvida de todo y sale a la calle a respirar el aire cargado de humo.
Si estos seres van a ser los herederos de la Tierra, les deseo suerte, reflexiona,
pero no me interesa ser su pelota…
—¡Fantástico! —exclama una de las criaturas.
—¡Fantástico! —exclama una de las criaturas.
El pensamiento ha estallado en la mente de Adam sin darle la menor posibilidad de rechazarlo—.
Es una idea brillante —agrega.
Y sin perder un solo segundo más atrapan al último hombre, lo envuelven con hilos, apretando
hasta convertirlo en una esfera, y empiezan a patearlo de un lado a otro de la avenida desierta.