A pesar de que todos hemos oído hablar del ciclo del agua, lo cierto es que este ciclo no es en absoluto cerrado.
El agua del mar se evapora, se condensa y forma nubes, se precipita contra la tierra en forma de lluvia y se agrupa formando ríos que desembocan en el mar, de nuevo.
Hasta aquí la versión que suele impartirse en muchos colegios.
Pero las cosas son más complicadas, porque el agua de destruye, y también se genera.
La fotosíntesis que realizan las plantas es la responsable de la destrucción de las moléculas de agua. Eso es así porque en el proceso en el que las células vegetales fabrican materia orgánica mediante la energía del Sol, generan moléculas de azúcares a partir del CO2 que hay en el aire y también en el agua.
Las plantas, pues, rompen las moléculas de agua. Los átomos no se esfuman, sino que se incorporan a los azúcares en forma de oxígeno e hidrógeno por separado, pero el agua, como molécula individual, deja de existir.
¿Y cómo se genera nueva agua?
Cada vez que nuestro metabolismo quema azúcares, oxida grasa, hace que nos mantengamos vivos, en cada reacción se genera un poco de energía, y también alguna molécula de agua.
Este agua ya no será la misma que había antes. Nuestras células cogen un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno y los combinan para fabricar una nueva molécula de agua que antes no existía.
Al final todo queda en equilibrio, e incluso se puede afirmar que existen moléculas de agua que sí han seguido el ciclo simple que describimos al principio, hasta el punto de que algunas moléculas de agua quizá ya corrían por el planeta durante el Jurásico.