martes, 14 de mayo de 2013

Onus probandi y la definición de ciencia


“Los cometas no son restos del disco protoplanetario que dio origen al Sistema Solar. 
Realmente son sondas que manda una civilización que habita un planeta errante oscuro, llamado Hadesun, más allá de la parte más exterior del Sistema Solar para comprobar la evolución de los humanos en la Tierra.
 Por eso los gobiernos de las potencias mundiales están enviando sondas (Stardust, Rosetta, Deep Impact) con objeto de hacerse con esa tecnología.” 
No sé si existe algún grupo que sostenga algo parecido a lo anterior.
 En cualquier caso, yo me lo acabo de inventar a los efectos de ilustrar lo que sigue.
Fijémonos en el planteamiento: unimos hechos conocidos, a saber, existen los cometas, tienen órbitas que los llevan a los confines del Sistema Solar, su interior es desconocido (afirmación implícita), se está gastando dinero en misiones complicadas para obtener información sobre ellos, con una explicación estrambótica pero que, en cierta manera, da cuenta de los hechos. 
Habrá quien la crea, además. 
Aquí viene uno de los quids de la cuestión que queremos plantear: la explicación hadesunita
 “es falsable” en el sentido .
Entonces, ¿es el hadesunismo una explicación científica hasta que no se demuestre su falsedad?
 ¿Está a un nivel científico mayor que la teoría de cuerdas, por ejemplo? 
Si reflexionamos un momento, veremos que demostrar explícitamente la falsedad del hadesunismo no es tarea fácil. Las explicaciones que demos se basarán en modelos de la formación del Sistema Solar, en plausibilidades y en la navaja de Ockham pero no en una comprobación experimental de que Hadesun no existe. Por lo tanto estas explicaciones serán fácilmente criticables y habrá multitud de hipótesis auxiliares a las que recurrir cuando los datos experimentales que esgrimamos indiquen que Hadesun no existe. Digámoslo claramente, es en este tipo de “dificultades” en el que se basa la pervivencia de muchas pseudociencias y, de paso, muchas creencias de tipo religioso . 
Y, sin embargo, la resolución de este tipo de planteamientos ya la encontraron hace unos dos mil años los abogados romanos y es extrapolable a la filosofía de la ciencia. 
Cualquier picapleitos romano habría inmediatamente esgrimido elonus probandi, la carga de la prueba, enunciando adecuadamente el affirmanti incumbit probatio, al que afirma le incumbe la prueba, esto es, será quien afirme que existe Hadesun* quien haya de aportar pruebas tangibles de su existencia. 
Algo implícito en esta tangibilidad es que debe ser comprobable/reproducible por cualquiera siguiendo una metodología conocida, en cualquier momento y que no valen ni textos revelados, 
ni palabras de una “autoridad”. 
Vemos que a la falsabilidad se le da la vuelta como un calcetín: no es una característica inherente a la hipótesis que la legitime, sino la actitud con la que debe ser tratada, siendo su falsedad la posición por defecto. De la misma manera, vemos que las hipótesis ganarán valor por sus éxitos. 
Si nos damos cuenta, y siguiendo con los latinajos legales, es un habeas corpus al revés, “una hipótesis es falsa hasta que se demuestra lo contrario”. 
La demarcación entre ciencia y pseudociencia no es tan fácil como parece y lo que sí parece evidente es que no puede basarse en un único criterio.

¿Nos atrevemos a definir ciencia?

 El parte meteorológico del viernes para la zona durante el fin de semana decía algo así como 
“cielos despejados con algunas nubes de evolución; temperaturas estables; 
vientos moderados del Sur”.
 El domingo amanecimos con una niebla tremenda y estuvo lloviznando todo el día.
 ¡Es que no dan ni una! ¿Debemos concluir de aquí que la meteorología es indiscernible de la adivinación en sus distintas variantes y que tiene su misma capacidad de predicción?
¿Cómo puedo afirmar que la meteorología es ciencia y que el tarot es una patraña? 
Estrictamente hablando, repitámoslo una vez más, no podrá ser por la falsabilidad intrínseca. 
La diferencia entre ciencia y pseudociencia, recurriendo de nuevo al símil legal, no está en su letra, sino en su espíritu, mal que le pese a los propios científicos, a los que les agradaría algo más concreto y definido (de ahí el éxito entre muchos de ellos, infundado como hemos visto, de la falsabilidad como criterio único). 
Pero, si hemos de distinguir entre ciencia y pseudociencia, aparte de por honestidad intelectual, porque ésta es perniciosa para salud y bolsillos, deberíamos de ser capaces de definirlas de alguna manera, algo no precisamente trivial. ¿Nos atrevemos? 
Podría decirse, de una forma un tanto difusa, que la ciencia** es la búsqueda sistemática del conocimiento cuya validez no depende de un individuo o época concretos y que está abierta a cualquiera que quiera comprobar sus hallazgos o reproducir sus experimentos; esta búsqueda se enmarca dentro de un escepticismo sistémico y organizado que parte de la base de que nuestro conocimiento se fundamenta en modelos y que toda hipótesis es falsa mientras no se demuestre dentro de lo que el razonamiento confirmatorio puede lo contrario. 
A la pseudociencia, por consiguiente, podemos intentar describirla por lo que pretende y no consigue, como se hace aquí de forma sistematizada, pero creo que partiendo de esta idea intuitiva de ciencia podemos decir, parafraseando a Duke Ellington cuando se le preguntaba qué era el jazz, que una pseudociencia es imposible de definir porque no es cuestión de qué instrumentos se usan o qué notas se tocan, sino de cómo suena.

* O su equivalente: Amón Ra, la sanación cuántica, efectos perniciosos de X, o cualquier otra explicación ad hoc a los intereses o prejuicios, culturales o neuropsicológicos, del que lo dice.
** Esta definición es lo suficientemente amplia para incluir las matemáticas y la lógica.

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