
Yo no sé si es suficiente el goce que nos produce el equilibrio,
ese logro leve de lo armónico, o si acaso al aceptar el desafío del abismo nos sentimos vencedores sobre alguna clase de destino.
Pero es seguro que nos gustan las orillas y los labios y recorrer con los dedos la arista de la copa y recortarnos sobre una línea a modo de horizonte.
Y todo tal vez porque es precisamente en ese espacio mínimo del borde donde el espacio nace, crece y se acentúa.