lunes, 2 de septiembre de 2013

Aquella falta de puntería...


Una multitud camina por las calles de la gran ciudad.
 Hombres y mujeres avanzan con pasos veloces, de manera desordenada, tratando de no chocarse entre sí, esquivando con audacia los baches y los vehículos que pasan en rojo. 

Mientras tanto, desde la terraza de un rascacielos, alguien observa la escena con un arma entre sus manos. 
Examina individualmente a los caminantes, intentando adivinar a qué se dedican, cuáles son sus gustos y necesidades, si tendrán familia.
 Busca con dedicación a cada una de sus futuras víctimas escondidas 
entre la muchedumbre. 

Por costumbre, prefiere a los sujetos que muestran mayor infelicidad.
 Nunca elije niños y, salvo escasas excepciones, tampoco ancianos.

Cuando los tiene en la mira, dispara el arma repetidamente.
 Dos personas se detienen como consecuencia del impacto, pero por error una de ellas no coincide con las elegidas. 
Una vez más, no hay marcha atrás, el daño está hecho. 
Pero no le importa. Sabe que, de todos modos, da lo mismo. 
Es imposible acertar todos los tiros si el blanco se mueve con tanta prisa, 
se justifica Cupido, mientras prepara otra flecha.